Pero eso no ha desanimado, sino todo lo contrario, a quienes le votaron el 21 de diciembre. Hay quien confiaba en que el juez Llarena pusiera fin a esto reactivando la orden de detención internacional, pero hubiera sido contradictorio con su decisión previa de levantar esa orden.
Y Llarena ha añadido una argumentación casi más política que jurídica para negarse. Ha querido desactivar a Puigdemont el mismo día en el que el parlamento de Cataluña desafiaba al Estado proponiendo como candidato a un prófugo de la justicia. El independentismo se ha acostumbrado a ganar estas batallas tácticas, las del regate corto.
Ganaron la de la consulta del 9-N y la del referéndum del 1-O. Ganaron la de las elecciones de diciembre. Y aspiran a ganar también la de la investidura a distancia de Puigdemont. Falta saber si Rajoy será capaz de ganar la batalla estratégica, la batalla final.