opinión

Monólogo de Alsina: "Muerte a la austeridad bajo el Himno de la Alegría"

Carlos Alsina reflexiona en su monólogo de Más de uno sobre los anuncios de las reformas económicas que va a hacer el Gobierno de Pedro Sánchez para luchar contra la crisis derivada de la pandemia del coronavirus.

Carlos Alsina

| 07.10.2020 08:36

Dos semanas y media después de plantar en Sol un bosque de banderas y anunciar a los cuatro vientos un plan de conciliación para Madrid que a los tres días ya era papel mojado, el presidente Sánchez, que se refiere a sí mismo como 'mi persona', anunciará hoy a los mismos cuatro vientos, es de esperar que con menos banderas, el plan para transformar la economía española.

Los embajadores de los veintisiete países de la Unión Europea son el público cautivo que ha reclutado esta vez el departamento de Escenografía y Liturgias de la Moncloa para la actuación del solista, acompañado al piano por el músico de cámara sanchista, el conocido 'guiri' en eterno proceso de inmersión castiza, James Rodhes. Él deleitará al respetable con el Himno de la Alegría (ahí tampoco se ha comido mucho la cabeza Iván Redondo, una pena, pudiendo haberle encargado que tocara un chotis como gesto de deshielo hacia Díaz Juana de Arco Ayuso). Además del hermoso acto músico presidencial de esta mañana, habrá función de tarde a cargo del cuarteto vicepresidencial. Que significa que también tendrán sus minutos de gloria la señora Calvo, la señora Calviño, la señora Ribera y Pablo Iglesias. De los cuatro, él es el que habla más lento. Y casi siempre, el que menos cosas concretas tiene que anunciar.

España contiene el aliento, expectante, ante el nuevo horizonte de luz y de color que describirá esta mañana su presidente. Nada menos que la transformación de la economía nacional, la ansiada conversión de nuestro modelo productivo: por fin seremos el país que siempre quisimos ser, todo investigación y desarrollo, todo innovación y fibra óptica, todo modernidad, como desea Garzón, en lugar de tanta construcción y tanto turismo. Un hito la jornada de hoy, ya lo verán. Como fue un hito el aperitivo, ayer, de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Anunciando que el próximo año los ministerios podrán gastar un 50 % más que éste.

Aprovechar la recesión, y la epidemia, para transformar de arriba abajo España. Que no se diga que el gobierno no piensa en grande. Por fin los Presupuestos que entierran la austeridad, como dijo ayer el doctor en Económica Pablo Tuit Echenique. Deslumbrados van a quedar los embajadores europeos, que podrán informar a sus gobiernos respectivos de que no es verdad eso que ha escrito el catalán Jon Sindreu en el Wall Street Journal: eso de que España, en otro tiempo estrella de la economía europea, va camino de ser su hijo más problemático porque la segunda ola del coronavirus no da tregua y porque los fondos europeos llegarán tarde y no solucionarán el impacto que la paralización del turismo tiene en la economía española. Nada de eso, podrán decir los embajadores europeos con el Himno de la Alegría sonando de fondo: es precisamente el dinero europeo, benditos sean los 140.000 millones y que lleguen pronto, los que van a relanzar la actividad española hasta el infinito y más allá. Con permiso del odioso coronavirus.

Menos eco musical y mediático tendrá, me temo, lo que el ministro Illa va a plantearles hoy a los gobiernos autonómicos. Se pone el ministro la tarea de ver si para noviembre puede empezar lo de la auditoría. El examen pendiente que tiene este país consigo mismo. Una investigación exhaustiva, e independiente, que al margen de argumentarios, sesgos políticos, distorsiones interesadas y maniobras propagandísticas, establezca qué se hizo y qué se podrían haber hecho para evitar que la pandemia nos golpeara tan fuerte. O en presente: nos siga golpeando tan fuerte.

Qué se hizo, qué se dejó de hacer, en qué momento se hizo y cómo de eficaces fueron los departamentos de la administración encargados de alertar, abastecer de medios y gestionar las herramientas para frenar una epidemia sobre la que la Organización Mundial de la Salud venía avisando desde finales de enero.

Hoy, siete de octubre, se pone el ministro Illa a la tarea de ver si se crea un grupo de trabajo que defina un marco que a su vez permita que haya un espacio de coordinación y todos esos conceptos burocráticos (del lenguaje oficialista) que vienen a significar que aún no hay nada. Y que ni una sola administración ha demostrado tener prisa por examinar cada uno de los pasos que desde enero se dieron. O se deberían haber dado y no se dieron. Los científicos que estuvieron el otro día con el ministro, y que vienen reclamando esta auditoría general desde julio, le explicaron que esto de dejar la evaluación de lo que pasó siempre para más adelante (cuando dobleguemos la curva, cuando pase el verano, cuando termine la segunda ola, cuando superemos la tercera) es un enorme error. La evaluación más eficaz, como saben los maestros, es la evaluación continua.

Vamos tarde con el examen de la primera ola y vamos tarde con el examen de la segunda. Que ayer volvió a dar signos de que no está doblegada (este verbo que gusta a las autoridades: doblegar). En el mejor de los casos, está estabilizada en su ritmo de expansión, que significa que cada día añade Sanidad entre diez y once mil nuevos contagiados al acumulado nacional y que la media de fallecimientos diarios por coronavirus está en torno al centenar. La lista de municipios donde ha habido que aplicar el confinamiento perimetral aumenta (León, Palencia, Orense, ojo a Huesca) y los obstáculos para la actividad comercial, para la economía, para el turismo, también siguen creciendo.

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