Putin va a ser investido presidente de Rusia por quinta vez. Llegó al poder en el año 2000 y ahí sigue, dos años después del inicio de la invasión de Ucrania. Y hay algo que puede ayudarnos a entender el momento tan delicado que vivimos. Mientras Moscú espera que Occidente se canse de apoyar a Ucrania y Europa se quede sola si Estados Unidos vota este otoño de nuevo a Trump, cuenta Xavier Colás que mantener el país en guerra ya no es un problema para la economía rusa, es de hecho lo que la sostiene.
Cuando empezó la invasión de Ucrania, la esperanza era que las sanciones poco a poco erosionarían la economía rusa, aumentarían el descontento de la población y debilitarían a Putin. Pero la guerra ha pasado de ser un problema a sostener el crecimiento de la economía rusa. El negocio militar ruso se ha convertido en la locomotora de la economía del país.
Y, así, claro, ¿quién va a negociar la paz así? Cuanto más dependa la economía rusa del engranaje de la guerra, más incentivos tendrá para continuarla. O empezar otras. Bálticos y moldavos ya han puesto sus barbas a remojar.
Sin embargo, hablamos ya poco de la guerra de Ucrania. Sobre todo desde los ataques de Hamás y la ofensiva de Israel contra Gaza que vino después. Como si no pudiéramos prestar atención a dos horrores a la vez.
Los incentivos de Netanyahu para negociar la paz tampoco son nada halagüeños. Israel sigue bombardeando Gaza parece que las negociaciones con Hamás han vuelto a llegar este fin de semana a un punto muerto. Israel dice estar dispuesto a un alto al fuego a cambio de la liberación de todos los rehenes que Hamás mantiene cautivos, pero no a terminar la guerra. La supervivencia política de Netanyahu depende en buena parte de que el conflicto continúe. Y, así, claro, ¿quién va a negociar la paz así?
¿Moraleja?
Si no hay incentivos para la paz, la esperanza del fin de estas guerras es cada vez más fugaz