Será como abrir un álbum de fotos sonoras, algunas muy antiguas que nos traerán recuerdos entrañables, como los de esa generación que se nos muere estos días en esos corredores de la muerte que son algunas residencias de Madrid.
Esa generación que nos incubó la radio en el corazón mientras mi madre pespunteaba pijamas y calcetines, con los ojos encharcados por las novelas de Sautier Casaseca.
Aquella Lucecita, aquella Intrusa, o aquella Elena Francis que hacía de psicóloga contestando cartas a tantas mujeres desencantadas, despreciadas o engañadas.
Después llegó García por las noches, y los estudiantes de COU en el internado descubrimos un soplo de libertad con un cigarrillo en la mano, y un Transistor en la sala, que nos hacía sentirnos más mayores.
La democracia nos trajo otra radio, la radio en color que, durante la noche del 23 de febrero del 81, se convirtió de repente, y de varios disparos, otra vez en una radio oscura, y tenebrosa.
Y después de aquella noche todos valoramos la libertad más, pero también la radio, que es un aparato doméstico de compañía, y que no gasta luz, no gasta nada.
La radio solo da información, entretenimiento, pero sobre todo eso: compañía, algo que no ha conseguido aún ninguno de los nuevos inventos de la modernidad.
Y tampoco pedimos nada, solo eso, tu compañía. Pero a voluntad, cuando quieras apagas y te vas, y nosotros nos quedamos esperando aquí para cuando vuelvas.