¿Dónde vas triste de ti? le preguntaban a Alfonso XII. Ahora se podría hacer la misma pregunta a la deuda pública española, que ha alcanzado el 125% del PIB. Un elevado peso y porcentaje que no se veía desde que Práxedes Mateo Sagasta presidía el Consejo de Ministros en 1881, desde el fin de la Guerra Chica cubana. El caso es que las Administraciones Públicas acumulan ya casi 1,4 billón de euros. El desequilibrio de las cuentas es más que evidente.
El Gobierno ha desechado el camino de las baldosas amarillas de Oz y se ha adentrado por la senda de las subidas de impuestos. Por ahora, según el Ejecutivo es un camino verde, de impuestos ecológicos. Pero sea verde, amarillo o colorado, es un paso más en la presión fiscal. El Consejo de Ministros ha aprobado la Ley de Residuos y en su interior aparecen nuevos tributos a los envases de plástico de un solo uso y a los depósitos en vertederos e incineración.
La subida de la presión fiscal es una de las banderas que enarbola el gabinete de Sánchez, otra es la lucha contra el cambio climático y la transicción energética. Así que todo se junta y con los nuevos impuestos, Hacienda hace cuentas, cree que podrá ingresar entre 1.200 y 1.400 millones de euros multicolores.
En esto de la energía tres noticias interesantes. La primera tiene que ver con la Agencia Internacional de la Energía, organismo que tradicionalmente analiza cómo garantizar la llegada de petróleo a Occidente. Pues bien, ahora aboga por el fin del oro negro con una apuesta decidida por las energías renovables. La Agencia Internacional de la Energía cambia de camiseta
La segunda nueva es que el holgindg industrial de Caixabank, Criteria, le ha dado un portazo en las narices al fondo australiano IFM en Naturgy. La entidad catalana corta en seco la OPA australiana al comprar más acciones de Naturgy, alcanzará hasta el 30% del capital
Y la tercera noticia energética tiene que ver con el butano. Vuelve a subir, y lo hace con intensidad casi un 5% más caro. A los 14 con 64 euros.. Es el nivel más alto en tres años. La bombona de butano se vende cada vez menos, pero sus clientes se concentran todavía entre las capas sociales más humildes, de renta más baja.
