Otoño, Estados Unidos de la melancolía. En las servilletas de los bares los malos poetas escriben versos de amor a las chicas que se cruzaron en el metro esa mañana, cariátides sin rostro, los ojos tras el burladero de la mascarilla, orejas de soplillo, retales de aire de jazmines de hidrogel.
Iván me ha cortado el pelo y debajo del pelo estaba yo. Celebro encontrarme a mí mismo bajo de mí. Hay gente que cuando se encuentra, hay otro. O a lo peor, no hay nadie.
O demasiada gente. Eso es lo que le pasa a Pedro Sánchez. Una parte del Gobierno te pide que te quedes en casa y la otra que te eches a las barricadas. Somos el cuajo y la histeria.
En Madrid han puesto gel en 50 estaciones. Estamos salvados, ¿no? Doblegamos la curva en junio y tenemos que doblegar de nuevo la curva ya doblegada. Empujamos una piedra enorme hasta la cima de la montaña y la piedra vuelve a caer.
Somos el Sísifo de Rafa Berrio: “Sísifo releva a Sísifo en cada cima y su noble corazón eternamente avanza”.
Guardamos la esperanza, los abrazos y el pañuelo de San Fermín en el cajón de ‘Cuando esto pase’. Que es un tiempo que se desvanece cuando lo nombras, una costa que se aleja. Así son las estaciones: la primavera es cuando falta un día menos y el otoño, que falte un día más.