No sé qué estamos haciendo mal: los niños en los parques dan a los abuelos besos que suenan a despedida y los universitarios que no se han vuelto a sus ciudades a extender la buena nueva, se pegan la fiesta en el bar. Quizás podríamos encontrar un término medio entre el pánico y el ir por ahí contagiando a la gente.
Luego está la cosa del papel higiénico que acaparan en los supermercados. Hasta los madrileños, que por lo general son criaturas que aparentan conocer que en este mundo estamos de paso y que les dan a las cosas la importancia justa, hacían acopio de decenas de rollos. Bienvenidos al miedo doble capa. Arribita de todos los miedos de los españoles está pensar en cómo va a limpiarse uno el trasero la semana que viene. Antes, para saber cómo estabas de loco, el psiquiatra te preguntaba si en este dibujo veía un elefante o un tipo colgado de un árbol. Ahora te mirar el tique del súper. En la cifra de rollos de los que hace uno acopio se le toma el pulso a los terrores de mi Españita. De pronto hemos pasado de medir el estado de ánimo de nuestra Españita por la cantidad de coches que se venden a intuirla en el número de rollos de papel de que acapara cada madrileño. Es el papel que juega el miedo.