Y este fin de semana, el señor Torra, que al ser informado de que Pedro Sánchez no estaba disponible para él, soltó un “¡quins collons” que lleva camino de definir las relaciones entre ambos presidentes. Hoy, al ver que Sánchez se iba de Barcelona sin rendirle pleitesía, lo habrá repetido por los recovecos del Palau: “quins collóns, quins collóns”. Ya solo falta que los manifestantes lo griten ante la delegación del gobierno o ante la Jefatura Superior de Policía.
Este escribidor buscó el comodín del Diccionario de Argot “El Soez” para internarme en el uso de la hermosa palabra, tan socializada por los dos próceres. Los hay de mico, de pato, para definir un coste o un valor, para expresar un tamaño (grande de collons), para pasar algo por determinado sitio o forro, para arrugárselo a uno en el incendio de contenedores, para pedirle a alguien que chupe, para agarrar por esa parte, para tenerlos de caballo, para cortarlos en plan amenaza, para dar una patada o dos patadas en ese sitio, para demostrar valentía, para estar hasta los mismísimos, para definir el frío que hace a estas horas, para hincharse, para mandar, para ponerlos encima de la mesa, para
ponerse de corbata, para sentar como una patada en, para tocar, para rascar o para definir lo que más abunda: “tonto de collons”. Pocas palabras sirven para tanto. Pero ahora, como digo, habéis adquirido, collóns, por lo menos dichos en catalán, una alta dimensión política. Y yo me la quedo, señor Torra, para cuando en Moncloa no se me pongan al teléfono. Y me la quedo, señor Puigdemont, para explicar lo ocurrido en Cataluña: “un pollastre, un pollo, de collons”. No se podía definir mejor. Y es un testimonio de autoridad.