Un montón de pasos atrás, Totana. Y todo, según mis noticias, por una fiesta de unas trescientas personas en un local de copas, cuya imagen veo en las fotos con un cartelón que dice: “precintado”. De esa fiesta salieron 55 personas contagiadas por el virus. No son muchas, si se comparan con las cifras de otras ciudades. Pero no se sabe a cuántas han podido infectar. Y ahora, tus 32.000 habitantes no pueden moverse del municipio.
No puede entrar nadie de fuera que no sea para servicios básicos. No se puede estar dentro de los bares. Se os recomienda que no salgáis de casa. Se cierran los centros de día. Se restringen las visitas a residencias. Y sobre tu nombre, Totana, queda una mancha de imprevisible duración que daña tu turismo, perjudica al comercio y afecta gravemente a la restauración.
Todos los españoles sabemos lo que es eso, porque lo hemos vivido. En Totana también lo sabéis, pero siempre hay alguien que lo olvida. Siempre hay alguien que piensa que aquello ya pasó, que nos han dicho que disfrutemos la nueva normalidad, y tras ella vienen la confianza descuidada y la dejación. Es la noticia de estos días: una inocente fiesta familiar, una celebración, un roce, un abrazo, un jolgorio nocturno. Y las copas, un día es un día, qué latazo de mascarilla, la distancia no es para mí, la pandemia es historia pasada. La noche se ha convertido en la gran aliada del
Covid. La noche, con sus alegrías y sus efluvios. Noche y fiesta, deliciosa mezcla en la normalidad, peligrosa mezcla cuando un virus circula también alegremente entre la música y las mesas. Yo te saludo, Totana. Con toda solidaridad. Y te pido que pases esta limitación de libertades como lección para toda España. Una mínima gran lección que dice: ciudadano, ciudadana, no te confíes. El Covid es malo, pero avisa. El Covid es invisible. Pero, sabiendo cómo y dónde ataca, no me atrevo a llamarle traidor.