Fue tal como se contó aquí: lo llevaron a la clínica porque estaban muy debilitado y quejoso. Le practicaron la eutanasia, le hicieron análisis como si fuese un ser humano y se confirmó: el Covid 19 te había matado, Negrito.
Dicen los que saben que si un gato vive con otros infectados, cae también, pero en nuestro país no se confirmó del todo hasta que te hicieron la autopsia o la necropsia a ti. Triste privilegio de ser, ya digo, el primero de España y el sexto del mundo.
Ahora dicen que vosotros, los que llaman animales irracionales, mascotas o de compañía, no transmitís esa enfermedad. Pero vete tú a saber, Negrito. Vete tú a saber, si cada día se descubre algo nuevo sobre esa enfermedad. Solo puedo decirte que tu contagio y tu muerte y la causa de tu muerte me han conmovido.
Hoy no hay gatos en mi vida. Pero hubo muchos en mi infancia, a lo mejor 15 o 20 al mismo tiempo. Puedo decir, como Paul Morand, “yo he tenido cien gatos, mejor dicho, cien gatos me han tenido a mí”. Los había mimosos, los había sociales y los había escurridizos, quizá porque me habían cogido manía.
Los había vigilantes de cualquier cosa que se movía, y los había perezosos, siempre al sol o en el tiro de aquella vieja cocina. Hay gatos como tú, negros, en mi cultura supersticiosa, que es en el fondo la religión que más practico y hago conjuros cuando un gato de tu color me mira.
Y García Lorca os veneraba tanto que dejó escrito que eres un animal inquietante, que no eres de este mundo; que tienes el enorme prestigio de haber sido ya dios. “En la antigüedad los gatos eran dioses”, dijo después Leguineche, “y no se les ha olvidado”.
Dios o instrumento del diablo en mis supersticiones, yo te despido en nombre de todos los seducidos por la mirada de un gato. Con tu coronavirus ya eres casi humano. Eres el primer animal de compañía que has muerto como nosotros. Inquietantemente como nosotros. Te dedicaré, Negrito, un recuerdo cuando se declare el luto oficial.