La brújula

La carta de Ónega a León: "Ya no puedo decir tu nombre sin llamarte madre"

Buenas noches, León. Perdóname, pero ya no puedo decir tu nombre sin llamarte madre. Ya no puedo dirigirme a vosotras, leonesas, sin llamaros hermanas. Ya no puedo dirigirme a vosotros, leoneses, sin llamaros hermanos. Es que vuestra Diputación me hizo Hijo Adoptivo de la Provincia y a veces dudo si soy de Lugo o soy de León, que al fin y al cabo nos une San Froilán.

Fernando Ónega

Madrid | 21.11.2019 23:24

Es que me habéis honrado en muchos pueblos. Y mis últimos orgullos son que hace nada la Asociación de Pendones del Reino de León me hizo Pendonero de Honor. Naturalmente del Reino de León. Y el año que viene tiene que hundirse el mundo para que yo no esté en la procesión de los pendones, una de vuestras infinitas tradiciones, de las que hacen enamorarse de tu tierra. Ahí estaré llevando uno, y ya me estoy pidiendo la foto. Y en Llamas de la Ribera me quieren hacer Guirrio Honorífico de su Antruejo.

Me dices, madre León, me decís hermanas y hermanos leoneses, que correspondéis a mi aprecio a vuestros productos y paisajes. ¿Cómo no los voy a apreciar? ¿Cómo no los voy a pregonar cada vez que la radio me abre las puertas del antiguo Reino? ¿Cómo no voy a hacerlo, si yo tengo leonesitis, como os dije una vez, y se me empieza a curar cuando una voz dice en el AVE "próxima estación, León"?

Si miro a la historia, ahí está el mapa de tu Reino; ahí está tu Parlamento; ahí están los nombres de tus reyes; ahí está la huella del templario, las leyendas de ninfas, el mito de la pecadora del lago Isoba; y ahí está, sépalo el mundo, ahí está el Santo Grial. Si contemplo tu geografía, lo tienes todo, el Páramo y los mares interiores de Riaño y los lagos; el verde casi gallego y los lugares a donde bajan a secarse los asturianos; el Teleno y los Ancares; reservas de la biosfera, monumentos naturales y el paisaje lunar de Las Médulas.

Te acercas al cielo en el pico Montihuero y buscas las entrañas de la tierra en las profundidades del Sil. Y te tienes a ti misma, ciudad de León, donde hay una calle llamada Felicidad. Si oigo tus sonidos, tienes el silencio de tus valles y la berrea de otoño de tus montes. Si observo tu fauna, tienes el urogallo, el oso pardo y la cabra hispánica. Y si miro a tu gastronomía, no eres un paraíso, León. Eres un pecado.

Llevar la marca León es garantía de gusto y calidad. Y de variedad, porque ahí puedo encontrar el embutido y el cocido maragato; la trucha y el cangrejo; los quesos y la cecina; las migas canas y la menestra de Riaño; el pimiento del Bierzo, las alubias de La Bañeza y el puerro de Sahagún.

Y déjame agravar el pecado: tus vinos y aguardientes; los imperiales y los chocolates de Conrado; los nicanores; los lazos de San Guillermo; las mantecadas; las rosquillas de anís; los frixuelos… yo qué sé, que la lista es infinita; que cada pueblo tiene su dulce y juntados todos los dulces, ¿sabéis lo que sale? Sale la dulcísima León. Ahora comprenderéis el porqué de una pasión. Pasión leonesa. Yo creo que una historia de amor.

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