La firma de Vicente Vallés

La fase de descontrol en la que nos hemos instalado como sociedad se extiende a casi todo. Y el primer protagonista del descontrol es el gobierno que, durante años, ante los muchos casos de corrupción del PP, en vez de tomar la iniciativa, asumió como lema eso que tantas veces ha repetido Rajoy de que ellos están a lo que decidan los jueces, como si fuera palabra de Dios.

En esta España de 2018 pasan tantas cosas, que hemos llegado al punto en el que asumimos con normalidad situaciones que no son normales. Por ejemplo, tenemos a las dos comunidades autónomas más importantes del país en términos económicos, y extraordinariamente importantes también en términos políticos, Cataluña y Madrid, sin gobierno efectivo.

Si hacemos el ejercicio de separarnos un poco de los árboles para intentar ver el bosque en su conjunto, podríamos llegar a la conclusión de que nos ha tocado transitar por una España en permanente revuelta, por unas cosas, o por otras, o por todas a un tiempo.

Se puede aspirar a todo. Lo que no se puede pretender es tenerlo todo. El PNV quiere que la justicia se olvide de los delitos cometidos durante el proceso soberanista, que el gobierno levante el 155, que salgan de la cárcel los políticos presos, que se acerque al País Vasco a los presos de ETA, y que Rajoy entregue al lendakari Urkullu la gestión de la Seguridad Social.

Vicente Vallés recuerda que el 155 era una medida provisional, pero recalca que "nunca pudimos imaginar que los independentistas se sintieran tan cómodos con la Generalitat gobernada desde Madrid".

Aunque falta todavía más de un año para las elecciones municipales y autonómicas, ya tenemos aquí la guerra de nervios, en toda su intensidad. Es una guerra de nervios entre partidos, y una guerra de nervios dentro de los partidos. Además, se da la circunstancia de que las hostilidades se centran en Madrid.

Esta semana se cumplen seis meses del encarcelamiento de varios dirigentes independentistas y en unos días se cumplirán cuatro meses desde las elecciones catalanas sin que el Parlament haya cumplido su obligación estatutaria y constitucional de investir a un president autonómico.

El pasado fin de semana, Rajoy defendió con firmeza a Cristina Cifuentes. Unas horas después, de viaje en Argentina, ni siquiera pronunció su nombre.

La legislatura se ha convertido en un camino de pasión, incluso para alguien que, como Rajoy, siempre intenta dar apariencia de que todo está en calma. La realidad es que cuesta encontrar algo que esté en calma en esta España de abril de 2018. Hasta la primavera está resultando ser desagradablemente invernal.

Los acontecimientos que se han sucedido desde que se proclamó la inexistente república catalana han supuesto una rotunda derrota para Carles Puigdemont. Su gran promesa para las elecciones del 21 de diciembre era que si obtenía los votos suficientes para ser investido, volvería a Cataluña para recuperar la presidencia de la Generalitat. Puigdemont mintió, porque no pensaba volver.