Siempre he tenido la sensación de que nadie ha estado a la altura de las víctimas del terrorismo. Ni los políticos de todo signo ni la sociedad en general.
Tener cerca una tumba, un recuerdo, un trauma incurable, un mutilado o directamente una vida condicionada, es algo que ninguno podemos imaginar bien si no lo sufrimos en carne propia.
Matar es matar y nada lo justifica. No hay ideal que lo ampare. No hay bandera que lo cobije. Es una acción inhumana que contamina todo lo demás. Y aunque no es fácil comportarse ante la barbarie, una inmensa mayoría de afectados lo han hecho con entereza y maestría.
Vengo a reclamar en esta mañana de abril un elevadísimo tono de respeto, de comprensión, de mirada gacha y de disposición eterna. Porque una víctima lo es para siempre. Y para siempre ha de ser nuestro hombro y nuestra mano tendida. Por encima de urnas, de intereses y de lecturas, ellos y ellas. Con su dolor. Nunca perdamos la referencia de quien es quien en esta triste historia.