Esta es la última reflexión que me dejas hacer a estas horas de escarcha y rocío mañanero antes de que el 23 sea un calendario “tachao”, y la quiero aprovechar sabiendo que es muy nuestro arrejuntarnos para poner en común delante de mesas pantagruélicas cómo llevamos las cosas de la vida.
La mayoría de los que nos sintonizan no tuvieron suerte ayer, pero de la lotería navideña a la valoración de la salud verdadera solo dista un puñado de horas. Y aunque parezca la consolación del pobre, la salud es un tesoro inalcanzable para cualquier administración. Es un premio íntimo otorgado al nacer que debemos valorar, cuidar y mejorar en la medida de lo posible.
Comeremos y cenaremos mucho. Lo empaparemos todo con alegría. Pero no olvidemos compensar después mientras alguna caminata al sol de diciembre nos damos. Y si la salud física te va bien, acuérdate de la “otra”, de la olvidada. De esa salud mental invisible que necesita cada vez más ojos y más manos.
Estas fechas nos deben servir para sacarle nitidez a lo importante. Pues hagámoslo. Para nosotros y los nuestros. Es la mejor receta hacia esa felicidad que les deseo a todos los radioyentes. Juan Diego, amigo, que sigamos haciendo camino juntos. Feliz Navidad.
