Todos coincidimos los mismos días en los mismos sitios y a las mismas horas. Y lo sabemos, o no, pero aún así vamos. Con ilusión, convencidos de que no habrá casi nadie. Que somos los únicos a los que se nos ha ocurrido ir a ver las luces de Navidad el día que las encienden, o a ver un eclipse el día que al sol lo apagan.
Conocemos los inconvenientes, los atascos, las aglomeraciones, las colas, y sin embargo allá nos juntamos todos donde quiera que sea. Da lo mismo que se trate de un bosque, una playa, una plaza, una calle, un centro comercial, un supermercado, un cine, un restaurante, un museo, un concierto o un desconcierto.
Ya sé que seguramente sea porque todos libramos los mismos días, nos cogemos las vacaciones los mismos meses o porque las calles solo se pueden recorrer cuando están puestas, pero también porque no se nos ocurre nada alternativo que hacer o porque directamente nos va la marcha y el olor a humanidad.
Nos pone juntarnos aunque nos reviente tener que hacerlo, el movimiento de la masa, la masa, madre, hijo y Espíritu Santo.
Y eso que curiosamente el ser humano en general, nunca ha estado tan solo entre tanta gente como en esta era tan rara que nos ha tocado vivir.
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Otro ejemplo: ¿A que en Nochebuena y Año Nuevo nos va a dar por juntarnos a todos con la familia?. No aprendemos.