Se dice que el miedo es libre. Libre, palabra que en estos tiempos es casi exclusiva del servicio de taxis. Es cierto, a cada uno le da miedo una cosa distinta, aunque haya habitaciones del pánico en las que todos nos refugiamos.
Hay quien tiene miedo a las alturas, a los monstruos, a la oscuridad, a la soledad, a los sustos, a las bromas macabras, al pasaje del terror de los parques de atracciones, a la pérdida de memoria. A otros les asusta el día a día, la realidad, las fake news, el ladrido de un vecino de madrugada, al sonido de unos pasos que te siguen por una calle desierta (que suelen ser tus propios pasos), entrar en el despacho del jefe, enfrentarse a los problemas, la vida en general y la tuya en particular.
Existen miedos irracionales, a situaciones imposibles, a la verdad, a la mentira, al hombre o la mujer del saco, al hombre o a la mujer que da por saco. Miedo al qué dirán o a que nadie diga nada, miedo al mañana, terror al presente y al pasado inciertos.
El miedo es una sombra disfrazada de sombra. Un callejón sin salida iluminado por farolas apagadas.
El miedo es un tormento que paraliza, que te hace enloquecer, que nubla la mente y los sentidos.
Miedo a que no nos quieran, a que nos quieran demasiado, miedo a perder, miedo a ganar, a enfermar, a ser felices, a no tener dinero, a derrocharlo, a perder el trabajo, a no tenerlo, a la naturaleza desatada, a un apagón, a que nos deslumbren…
En esto del miedo no hay termino medio. Hay termino… miedo.
También les quiero advertir de algo importante: ese escalofrío, ese nudo en el estómago que a veces sienten, no es miedo. son gases.
