Ya no quedan islas desiertas a las que huir y en las que desaparecer, bueno, quedar quedan, pero no tienen wifi. Todos vamos a los mismos sitios, coincidimos donde menos lo esperamos, donde más desesperamos.
Hoy hay que reservar con mucha antelación para comer, para desayunar, para merendar, para cenar, para dormir, para volar, para montar en el Tiovivo, para comprar churros, para cruzar la calle, para hacerse una PCR, para pagar a Hacienda (y este es un doble dolor).
Viajar a la aventura hoy en día es garantía de tener que dormir en el coche o al raso. De jugarte todo a la ruleta al rojo y que la bolita caiga en el marrón, en el marrón de tener que alimentarte con raíces y bayas, vayas donde vayas.
Dónde quedó el libre albedrío, la sorpresa que esconde el azar.
Hay cola en la farmacia, en el supermercado, en la tienda de los chinos, en la gasolinera, en el banco, en los pasos de peatones y en la salida de las pequeñas ciudades, en los baños públicos de Tiráspol en Transnistria… en la carpintería. Claro que, que haya cola en la carpintería tiene su lógica.
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La verdad es que es una pena no poder vivir sin reservasy sin cola, aunque esto último, bien mirado…