Cuando iban a Moncloa a pedir diez, el gobierno les daba cinco, seis o siete, y se aplazaba el problema. Pasado el tiempo, se repetía la historia. Ese juego se mantuvo hasta que Artur Mas rompió la baraja con la consulta del 9-N de 2014, y Puigdemont la remató con el referéndum del uno de octubre.
Ahora, Pedro Sánchez ha intentado recuperar la vieja estrategia, en la confianza de que los independentistas acepten de todo, menos el referéndum. Sánchez tiene una ventaja: solo necesita ganar un par de años, para llegar a las elecciones con el asunto catalán un poco más calmado. Lo que ocurre es que esta estrategia de dejar las tareas difíciles para mañana no resuelve los problemas, sólo los aplaza. Y cada aplazamiento los empeora, como demuestra la historia. Lo que hoy beneficia los intereses políticos de Pedro Sánchez puede mañana perjudicar los intereses de España.