Dice que llegó un momento en el que tuvo que vivir bajo un árbol porque no podía pagar el alquiler. Se bañaba en el río y vivía rodeado de zorros y ratas. Pero nunca tuvo hambre. Comía sándwiches de plátano para desayunar, comer y cenar. Después vendió su negocio y compró 30 hectáreas en una localidad de unos 5.000 habitantes a unos 200 kilómetros de Sao Paulo. Y empezó a plantar, uno por uno, cada uno de los árboles que hoy forman un bosque lluvioso tropical de cerca de 50.000.
Cuando empecé, me decían que no iba poder comer las semillas, porque tardaría 20 años en dar sus frutos. Y yo les respondía que iba a plantar las semillas porque así otros se alimentarían de ellas como yo hacía con las actuales. Y así reforestó su selva. Antonio tiene 84 años, y conoce perfectamente el lugar.
Además del primer árbol, un castaño, a su selva han regresado muchos animales. Pero, más importante aún, ha vuelto el agua. Cuando compró el terreno, en 1973, sólo había una fuente natural…hoy hay cerca de 20.