He apuntado que seguimos a vueltas con lo de la apisonadora. Será por apisonadoras. De esta saldremos más fuertes, más unidos y más apisonados. Dicen los periódicos que no les salió el número de magia de la escenificación de la derrota de ETA.
Es raro, porque Sánchez, que es Houdini en guapo, ha hecho todas las magias, salvo esta. Porque es cierto que todo gobernante termina diciéndole al ciudadano. "¿Pero usted qué se cree, que tengo una varita mágica?", pero es que Sánchez tiene una, y así de grande. Cuentan las leyendas pédricas que la arrancó del suelo de la acera frente a la sede del Partido Socialista. Una varita que lleva dentro una brizna de la cortina de Ferraz, la zeta de Tezanos, el aliento de la dirección de Estado, de los prusesos, un indulto, el ataúd de Franco insepulto. Una lágrima de Susana, de Felipe, una cana, el final del heteropatriarcado y una cuerda del piano que rompió James Rhodes nacionalizado.
La Moncloa es Hogwarts
Igual es que a lo de la apisonadora le faltó algo de piano. No se entiende que fallara, si la Moncloa es Hogwarts. Los lunes por la mañana, después de los maitines, Redondo convierte en conejo a algún subsecretario de Estado que elige al azar, Carmen Calvo da clases de conjuros, Fernando Simón traga sables y el mismísimo Sánchez hace volar a José Luis Ábalos sobre la M30. Hasta partió el Gobierno en dos con una sierra, y sigue partido. Esa vez también se le encasquilló la varita. Estas cosas les pasan a los mejores magos.