Traigo las notas del uno de enero, el dos de febrero, el tres de marzo, cuatro de abril, cinco de mayo, seis de junio, siete de julio, San Fermín. Cualquier cosa resulta comprensible e intolerable. Deseable, posible, reprobable. Recuperable, resiliable. Concienciar, aplanar, contagiar. Los jóvenes arriman la variante delta plus y lo que haya que arrimar. Ahora son unos chavales que quieren vivir. Ahora son unos psicópatas, te pueden matar a ti. Ayer no eran población de riesgo, ahora, todos van a morir.
La mascarilla era cosa de maniáticos locos, después había que llevarla aunque fuera en expedición en solitario por la selva del Orinoco. Nos dijeron que la mejor era la de AstraZeneca, después que no era segura, luego que sí. Yo prefiero que me pongan aquella vacuna de ahí.
Cuánto hemos discutido sobre la gripe, el consenso y la cogobernanza. No me quiero olvidar de la falsa sensación de confianza. Falsa sensación de miedo, falsa sensación de calma. Madrid era Chernobyl, ahora dicen que está en Palma. Mi Españita es un galimatías por el que muriendo mil personas al día probábamos la receta de las magdalenas y ahora que entra un joven en la UCI, llegaremos vivos a septiembre a duras penas.
Según los cálculos de Moncloa, hoy quedarían treinta días para la inmunidad de rebaño y ahora parece que quedan cien años. Cuánta gente ha mandado este año: Sánchez, Simón, Illa, Urkullu, Ayuso o Revilla. No había comité de expertos en Sanidad y ahora todo depende de su propia responsabilidad. Dijo el presidente que nos quitáramos las mascarillas, tocaba el piano James Rhodes, fue hace un rato. ¿Se atreverá Sánchez a ponerle la mascarilla al gato?
