En contra de lo que muchos creyeron o soñaron, la muerte de Fidel Castro en 2016 y la retirada de su hermano Raúl en 2018 no han supuesto ningún cambio político a mejor para Cuba. Ni político ni social. El presidente Miguel Díaz-Canel ha mantenido en pie las estructuras del régimen de Partido único y sus mecanismos de control y represión de una sociedad que mayoritariamente nada ha tenido que ver ya con la Revolución. Un sistema político que desde hace tiempo se ha demostrado fracasado, especialmente en materia económica.
La caída de la Unión Soviética supuso para Cuba una pérdida del 30% de su producto interior bruto y sometió a los cubanos a años de penuria que pasaron a la historia como el período especial. Los cubanos pasaron verdadera hambre a base de guisantes, harina de pescado y agua con azúcar en aquellos años 90. La pandemia volvió a golpear con fuerza la siempre raquítica economía cubana, dependiente casi en exclusiva del turismo como fuente de ingresos. El COVID supuso en esta ocasión una caída del PIB del 11%.
Esta circunstancia, unida a la subida del precio de las materias primas del petróleo, ha obligado al régimen a poner en marcha una serie de drásticos ajustes subidas del precio de la luz, el gas y los combustibles, que en algunos casos han llegado al 500%. Vuelve el fantasma del periodo especial. Y muchos cubanos, hartos ya de miserias y penurias, desafiando al aparato represor, se lanzaban hace unos días a las calles de la ciudad de Santiago de Cuba para protestar. Gracias. Corriente y comida gritaban en las calles de Santiago de Cuba cientos de personas desafiando a la policía y al aparato de represión del régimen cubano
