Hay que tener convicciones muy firmes para mantener su criterio después de leer en una pared de su pueblo esta infamia: “Guitarte, traidor”. Hay que estar muy seguro de su idea para mantenerse firme después de recibir casi 900 correos que le amenazan y le chantajean. Y hay que estar muy seguro de sus principios éticos para mantener la calma ante quienes han querido sembrar dudas sobre su honor por su actividad de empresario.
Le ha tocado, señor Guitarte, ser una de las victimas, quizá la más simbólica, de esta crispada investidura. Y algo por lo que le escribo también esta carta: por las miserias de la política. ¿Se da cuenta, don Tomás? Hasta este fin de semana largo, Teruel Existe era un empeño admirable representado por usted.
Usted era la cara visible de la España vaciada que a todos conmueve. Todos estaban con usted porque representaba -bueno, sigue representando- una aspiración noble. Era la España empobrecida y despoblada que venía a Madrid, a las Cortes, a hacerse visible y a exigir atención de los poderes públicos. Era casi un esfuerzo romántico, pero lleno de grandeza. Hasta que fue penetrado por los intereses del poder. Hasta que alguien lo convirtió en mercancía.
Usted no cambió. Usted había prometido cooperar para que España tuviese un gobierno, primer compromiso y, segundo, que atendiera el clamor de esa España.
Pero en cuanto se situó a un lado del mapa, descargaron sobre usted las iras de desconocido, pero sospechable origen. La política mala, señor Guitarte. La política odiosa, capaz de manchar el objetivo más honorable y la más honesta de las intenciones. Quede su ejemplo como muestra de lo que no es una política honrosa; de lo que es esa política que lo mancha todo y ¿sabe usted por qué? Claro que lo sabe: porque es una política sucia.