Opinión en La brújula

La carta de Ónega a Donald Trump: "Debe mentir hasta durmiendo, presidente"

Fernando Ónega envía su carta de La Brújula al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, después d su discurso tras salir del hospital.

Fernando Ónega

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Buenas noches al inefable, irrepetible, inenarrable Donald Trump, presidente de los Estados Unidos de América, aunque parezca increíble. Señor presidente, no sé si llamarle, además de los anteriores calificativos, irresponsable o mentiroso compulsivo.

Lo de mentiroso, y además compulsivo, es lo más demostrable, porque hace año y medio el Washington Post dio estos datos: en ochocientos días en la Casa Blanca le contabilizaron diez mil falsedades dichas por escrito, en actos públicos o en declaraciones a la prensa. En los primeros cien días de mandato hizo cinco declaraciones falsas cada 24 horas. Pero hubo días del año 2019 en que le contabilizaron 23 mentiras diarias: una por hora, contando las horas en que se supone que duerme. Debe mentir hasta durmiendo. Eso tiene mucho mérito, presidente.

Es de una gran profesionalidad política y es justo reconocerlo. Ni en España hay en estos momentos un dirigente político que haya llegado a esa cantidad. Ni siquiera en el Consejo de Ministros. Y además, no hay nada que supere la última que dijo: que se siente mucho mejor hace veinte años. Habrá que hacer como en la leyenda de Fraga y Pío Cabanillas, cuando Fraga se tapaba sus partes pudendas en una cazada en el mar en pelota picada, y Pío le gritaba: “La cara, Manuel, la cara”.

"Tiene más cara de hospital que de candidato"

Para la próxima vez que cuente eso, desde aquí le gritaremos “la cara, Donald, la cara”, para decir eso tiene que taparse la cara, que le están viendo, presidente, y tiene más cara de hospital que de candidato. Menos demostrable es lo de su responsabilidad, pero, señor Trump, decirles a los ciudadanos “no tengáis miedo al Covid” cuando el Covid mató a 210.000 norteamericanos, no entra precisamente en el capítulo de los que merecen llamarse responsables.

Es incluso peor que lo de la lejía, que ignoro por qué no pidió usted que se la inyectaran, con lo recomendable que era. Perdóneme, Trump. Es que no había caído en su fantástica realidad: ¿Qué importan los enterramientos masivos que hemos visto, si usted volvió a la Casa Blanca? ¿Qué importan los cadáveres amontonados en camiones frigoríficos si usted regresaba en su helicóptero del hospital? ¿Qué importan 210.000 muertos si el gran Donald Trump se salvó?

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