Este fin de semana ha recorrido las redes sociales un vídeo casero, grabado desde un coche, en el que se veía a un pequeño jabalí corretear a sus anchas por La Croisette, el glamouroso nombre del paseo marítimo de la ciudad francesa de Cannes. Resultaba irónica la imagen del animal, caminando decidido, sin cruzarse con ningún transeúnte y con el telón de fondo de las tiendas de lujo con el cierre metálico echado hasta abajo. El jabalí como símbolo de la naturaleza que invade la ciudad. Lo hemos visto en otros lugares, también en Madrid. Pero este es especial. Nada puede haber más opuesto que un jabalí a lo que debería estar ocurriendo hoy en La Croisette de Cannes.
Lo que todos los periodistas de cine teníamos apuntado en el calendario para este 12 de mayo era "Inauguración del 73 Festival de Cannes". La dirección de la muestra, con Thierry Fremaux como cabeza visible, ha luchado como gato panza arriba para mantener la edición, pero la realidad de las cifras, la realidad de los fallecidos, la realidad del virus se ha impuesto... y ahora la idea que Cannes baraja es la creación de una marca itinerante que imponga su sello sobre ciertas películas de este 2020, de este "año en blanco". Eso significa que no habrá alfombra roja en La Croisette. Nadie subirá esos escalones de la gloria que, por ejemplo, llevaron en 2019 a Bong Joon-ho hasta el Oscar.
El Festival de Cannes es el mejor festival del mundo por muchas razones. Venecia es el más vetusto y Toronto el más gigantesco, pero Cannes es otra cosa. El potente mercado aparejado a la competición y la presencia de medios de comunicación de todo el mundo provoca que todas las películas quieran estrenarse allí. Es un formidable escaparate en el que se mezclan el lujo, los fotógrafos freelance que paran a los aspirantes a estrella en medio de La Croisette, los curiosos, e incluso aquellos que a las 8 de la mañana -entre los gritos de '¡Libe, Libe!' de los vendedores de periódicos- sostienen un cartelito lleno de emojis sonrientes pidiendo entradas para alguna de las galas nocturnas.
Para los periodistas de cine, Cannes es una fuente inagotable de entrevistas, de críticas, de anécdotas, de fiestas y de mesas redondas, en las que los redactores y las redactoras que durante el resto del año malviven de los raquíticos sueldos mediáticos... acceden a un hotel de lujo a orillas del Mediterráneo. Por unos minutos y con la cabeza fría. Son las chanclas de los críticos veteranos y las ganas de los y las bloggers más jóvenes. Los días de calor sofocante y las colas bajo la lluvia, separados por los colores de la acreditación. Compartir piso, sudar, maldormir, disfrutar de la compañía incomparable de compañeros y compañeras de decenas de países del mundo. Es un Erasmus profesional en un pueblo venido a más que se llama Cannes.
Tenemos la intuición de que todo eso volverá. Tras el atentado de Niza de 2016, Cannes se pertrechó con bloques de hormigón y arcos detectores de metales. Pero volvió. Volverá con mascarillas, con geles hidroalcohólicos o con más distancia en las salas, pero volverá. Volveremos a correr por La Croisette -como el jabalí, pero esquivando turistas- para llegar a tiempo y sudorosos a alguna entrevista; volveremos a sentir ese gozo inmenso que supone ver en primicia la nueva película de un viejo maestro, o asistir a la proyección en el Palais des Festivals de ese hallazgo, esa pequeña joyita de una directora novata que encandilará al mundo. Volveremos a sufrir por el color de nuestra acreditación.
A pocos metros del Palais hay una cafetería minúscula, en la que los periodistas nos agolpamos entre pase y pase para pedir un 'double espresso' para llevar... o para devorar un 'bagel' en dos bocados antes de una conexión con nuestros medios. Volveremos al 'Coffee & Cookies'. Y volveremos a contar, de vuelta a casa, lo mal que lo hemos pasado trabajando como esclavos en ese festival, el de Cannes, el mejor festival del mundo.