El año del descubrimiento [de que los Goya son una entrega de premios]
Los Goya 2021 fueron un inmenso funeral, técnicamente irreprochable, en el que Antonio Banderas exorcizó nuestra tristeza colectiva, pero... ¿es lo que necesita nuestro cine? | Más cine y series, en Kinótico
Las galas de premios de cine no son una maldición bíblica. No son una plaga anual de la que refugiarse, no son la nevada Filomena de cada invierno. Las galas son gigantescos eventos promocionales que la industria audiovisual organiza para vender entradas de cine [o para cosechar clics en plataformas, puro 2021]. Los Goya, los premios que votan los y las integrantes de la Academia de Cine, o sea, las señoras y los señores que hacen las películas, llevan 35 años convocando a los españoles a una noche de celebración con una única intención: dar a conocer las películas "del año" para que, quien no sepa de su existencia o no las haya visto... se las encuentre en el salón de su casa, en su televisor, durante el llamado "prime time". Y quiera verlas.
Ese es el objetivo principal de la gala de los Premios Goya: promocionar el cine español. El segundo, no lo obviemos, es financiar las actividades anuales de la Academia de Cine, que cumple su misión mediante ciclos de proyecciones, charlas, exposiciones, financiación de investigaciones, etc. Este objetivo alternativo se consigue gracias a la máxima expresión del glamour, esa alfombra roja llena de logotipos de colores que nos recuerdan que alguien paga "la gran fiesta del cine español". Porque la cultura y las actividades relacionadas con la cultura -también esta, destinada en último término a vender entradas, no nos olvidemos- se pagan, alguien las paga. Pero eso es objeto de otra columna. En otro momento.
Así que los Goya se asoman a La 1 de RTVE con el objetivo de vender entradas de cine. La sucesión de categorías y de premiados -que si Dirección Artística, que si Dirección de Producción, que si Mejor Maquillaje y Peluquería- van poblando la emisión de clips de las películas y, teóricamente, nos van invitando a descubrirlas. Pero la gala es un programa de televisión, y con los años, la audiencia de la ceremonia se ha ido convirtiendo en algo importante. No solo porque para la Academia de Cine sea crucial que muchos millones de españoles la vean, que también, sino que para los directivos del ente público, a veces carentes del calor de los audímetros, un dato rotundo en los Goya es un triunfo [la de anoche fue la menos vista desde 2004]
Por eso los Goya, en los últimos años, los han presentado cómicos de prestigio -con más o menos acierto-, por eso se invita a los artistas del momento a cantar sobre el escenario, por eso se montan vídeos de arranque espectaculares que "enganchen" a la audiencia. Son aderezos muy positivos si no perdemos de vista el objetivo final: promocionar a las películas, vender entradas, cosechar clics. ¿Qué ocurre cuando esos aderezos se pasan de frenada? ¿Qué ocurre cuando los monólogos cómicos, las actuaciones y los vídeos alargan como un chicle la duración de la gala? Que la audiencia huye, que no se cumplen los objetivos, que la parte mercantil del asunto [que, ojo, ya hemos dicho que es parte del negocio] se come a la artística.
Los Goya 2021 fueron un inmenso funeral
Vamos entonces, y perdón por el extenso preámbulo, a la gala de anoche. A la ceremonia en la que arrasaron 'Las niñas', en la que Mario Casas entró en el olimpo de los Goya y en la que Antonio Banderas [porque María Casado fue una presencia fugaz en escena] acompañó a España en su duelo por la pandemia. Porque eso es lo que ocurrió anoche. Los Goya 2021 fueron un inmenso funeral, técnicamente irreprochable -sin apenas "mutes", ágil y con todas las conexiones a tiempo-, en el que Banderas exorcizó nuestra tristeza colectiva. El cine, las películas del año, fueron una especie de bastidor sobre el que el actor cosió nuestras heridas comunes. Mirando a la cámara de frente y rompiendo el mencionado "prime time" con un minuto de silencio.
¿Qué se puede decir en contra de una ceremonia que acompaña a los tiempos oscuros en los que vivimos? Nada, claro. Porque nada hubo fuera de lugar. Porque todo fluyó como fluye en los velatorios, con el silencio espeso de fondo de las víctimas de ese virus maldito que ha impedido una ceremonia presencial. Entonces, ¿por qué nos queda la sensación de que algo no estaba bien? ¿Por qué esa impresión constante, durante la gala, de estar viendo dos programas distintos al mismo tiempo? ¿Son solo "los tiempos que vivimos"? ¿Es solo la ausencia física de los premiados? Para encontrar la respuesta hay que volver, una vez más, a los objetivos de la gala. Quizá lo que vimos anoche en pantalla no fue un acto promocional del cine, sino un acto autoconsciente del propio cine, que creyó fundamental posicionarse de una determinada manera ante la pandemia.
Nadie concebiría que en unos Goya -o Feroz, o Forqué- se ignorase el coronavirus, sus decenas de miles de víctimas directas y sus millones de afectados. Nadie. Sería marciano. Pero lo que vivimos anoche fue otra cosa. Y para contemplar el paisaje completo quizá haya que regresar a 2003, a aquella gala del 'No a la guerra'. Tras aquella noche, una parte de España comenzó a considerar que los del cine español... no eran de los suyos. Que habían antepuesto la política a lo suyo, a su rincón, a lo artístico. ¿Y qué hizo el sector desde entonces? Intentar recuperar la confianza perdida mediante dos vías distintas: la de las películas, reconquistando a los espectadores en taquilla con buenas historias, y la de las sucesivas galas de los Goya, que confiaron en los mencionados "aderezos" [cómicos, musicales] para reconciliarse con aquella parroquia perdida.
Un inmenso complejo
Había anoche sobre el escenario del Teatro del Soho un inmenso complejo. Razonable, entendible, humano. La impresión de que este año era crucial que nadie percibiese que el cine español es frívolo. Que no hubiera un solo minuto de ceremonia del que nadie pudiese criticar nada. Que hasta el alivio cómico de la noche -la imitación de Pepe Isbert por parte de Carlos Latre- tuviera un sabor melancólico, si no triste. La Academia de Cine confió en Antonio Banderas para organizar una gigantesca ceremonia, casi religiosa, de llanto colectivo. Y eso, repetimos, es irreprochable desde el punto de vista social. Ahora bien, ¿sirvieron los Goya y la Academia a sus objetivos? ¿Hicieron todo lo posible anoche por divulgar el cine español? ¿No habría sido lo ideal combinar el lúgubre momento que vivimos con una celebración de los valientes que están dando la cara en la cartelera?
Y el verbo "celebrar" se conjuga en las fiestas, con esperanza, mirando al futuro con el poco optimismo que nos quede en la recámara. Parafraseando el título de la cinta ganadora del premio al Mejor Documental y al Mejor Montaje, este ha sido el año del descubrimiento de que los Goya son una entrega de premios. De acuerdo. Los espectadores se sintieron acompañados, los periodistas se sintieron aliviados [por la contención temporal de la ceremonia] y la Academia palió la ausencia física de galardonados con una apabullante alfombra roja de entregadores. Bien. Pero, ¿hemos solucionado el problema que impide a los Goya conseguir su objetivo? ¿Sirve esta gala para promocionar el cine español? ¿Comprarán entradas los espectadores para ver 'No matarás' o 'Ane'? En 2021 los Goya salen del paso. En 2022, estas preguntas seguirán en el aire.