POR FIN NO ES LUNES

PUNTA NORTE: Ellas, las más grandes, las abuelas

Javier Cancho ha recordado la figura de Efstratia. Su vida se terminó con 96 años. Efstratia estuvo nominada al premio Nobel de la Paz de 2016, junto a alguna de sus amigas.

ondacero.es

Madrid | 20.03.2022 11:32

Con el atasco de acontecimientos que estamos viviendo, con la propensión a olvidar rápido las pequeñas grandes historias, con la tendencia a construir la Historia -con mayúsculas- en ámbitos solemnes…con todo eso…se ha hecho poco hincapié en la desaparición de algunas mujeres formidables…

Han sido mujeres indómitas. Ellas tenían algo que no es fácil. Tenían la certeza sobre lo que estaba bien. Sin que esa convicción, para ellas, precisase ser sometida a un académico análisis geoestratégico. Ellas sabían lo que estaba bien. Y una de aquellas señoras que tuvo un comportamiento tan admirable en un periodo crítico…una de esas señoras se ha muerto hace poco más de un mes. Aquel tiempo crítico no fue hace tanto, aunque ya casi lo hayamos olvidado.

Ella llamaba Efstratia. Su vida se terminó con 96 años. Efstratia estuvo nominada al premio Nobel de la Paz de 2016, junto a alguna de sus amigas. Aunque, ese premio -finalmente- le fue concedido a otro. A otro que fue presidente de un país. Se lo dieron Juan Manuel Santos que fue presidente de Colombia. Ellas no esperaban el Nobel, ni siquiera concebían tal posibilidad. Es conveniente aclarar que cuando hicieron lo que hicieron no estuvo en el ánimo de aquellas mujeres ni por lo más recóndito contemplar la posibilidad de recibir ningún premio ni reconocimiento ni siquiera una palmada en la espalda. Ellas hicieron lo que hicieron porque consideraban que aquello era lo correcto, porque sabían que eso era lo que se tenía que hacer.

Reijanah tenía 10 años cuando vivía en el campo de refugiados de Moria, en Lesbos. Reijanah explicaba que vivir en esas condiciones es muy duro. Decía que ella quería estudiar. Jugar con sus amigas. Pero no podía. Reijanah estuvo viviendo en Moria 1 año y 3 meses.

Tras un incendio, estuvo cinco días en la calle sin techo ninguno. Entonces, la policía les llevó de nuevo al campo de refugiados. Aquello no estuvo bien. Por qué, se preguntaba, tuvo que volver a ese lugar. Por qué, se preguntaba desconsolada, tenía que volver a ese sitio. Donde Reijanah vivió -en pésimas condiciones- fue el mayor campo de refugiados de Europa, en Grecia. El incendio que quemó Moria, en septiembre de 2020, dejó sin ningún refugio a 13.000 inmigrantes. Ese fue el cálculo que se hizo en aquel momento. Aunque llegaron a ser muchos más.

Llegó haber hacinadas 20.000 personas que habían huido de otra guerra, que resultó menos próxima a lo europeos. Eran 20.000 en un espacio concebido -como mucho- para 3.000. Moria fue durante algún tiempo el sótano de Europa. Era una zona delimitada por vallas. Aquello tenía más pinta de cárcel que espacio de acogimiento. Habiendo como había entorno a 4.000 niños. Y aquel momento, aquí en Europa, no todos estuvieron a la altura de los acontecimientos.

La angustia y la foto

El pueblo de Skala Sikamineas, está en la isla de Lesbos, en el noreste del mar Egeo, en Grecia. En octubre de 2015 allí se vivió una de las fechas más intensas, tremendas, angustiosas de la crisis migratoria que llegó a Europa hace no tanto. Y allí, mojándose los pies, las medidas, esas medias de señoras mayores que llegan hasta por debajo de las rodillas, allí estaba entre otras mujeres Efstratia. Aquel día Efstratia tenía 87 años.

Aquel día de hace no tanto, en ese pueblito marinero, podían verse lanchas hundidas, podía escucharse a gente llorando, había otros besando las piedras del suelo europeo al tomar tierra, al tomar la arena mojada por el Egeo. Y allí había voluntarios y gente de la aldea tratando de ayudar de cualquier manera que fuera posible. Por allí también estaba el fotógrafo griego Lefteris Partsalis. El fotógrafo se fijó en una escena que le conmovió casi hasta las lágrimas.

Había tres abuelas, con sus típicos ropajes de abuelas mediterráneas. Metidas en la playa hasta donde el agua mojaba sus medias, allí metidas estaban con una actitud afectuosa, dando cariño puro, a una joven migrante con un bebé en brazos. Un bebé que no paraba de llorar. Las abuelas trataban de consolar, de acompañar, de recibir. Y una de ellas le pidió a la jovencísima madre que le dejara acunar al bebé y fue entonces cuando el pequeño dejó de llorar.

Seguramente porque los brazos de aquella mujer mayor no estaban tan empapados como los de su madre. Por entonces, la gente en Europa estaba cansada de ver fotos de barcazas que habían volcado, al mismo tiempo se prefería no ver más cuerpos de niños muertos en las playas. Aquella foto de las tres abuelas retrató la misma tragedia; pero, de otro modo. Lo hizo ilustrando la humanidad de la que somos capaces.

El fotógrafo Partsalis contó que durante una de las noches que pasó allí, los pescadores de aquel pueblo de Lesbos salieron a buscar en sus barcos a quienes llegaban en lanchas que zozobraban con el oleaje. Salieron a prestar ayuda, y en pocos minutos las tabernas del pequeño puerto se llenaron de niños empapados, niños con hipotermia, con sus pequeños dientes castañeteando de frío. Los voluntarios y los residentes les ofrecían ropa seca y trataban de mantenerlos calientes. Todo lo que se escuchaba en aquel trance era un continuo llanto ahogado.

Hace un mes, sin hacer ruido, sin un funeral solemne, se despidió a Efstratia. Una de aquellas tres mujeres. Quienes las conocieron cuentan que vivieron apegadas a los detalles esenciales de la vida. Desde Atenas, desde Twitter, la presidenta griega, Katerina Sakellaropoulou, describió a Efstratia como una mujer sencilla, dulce y profundamente humana. Con su muerte, nos despedimos de una generación que sirve de ejemplo para las siguientes generaciones. Es una generación que generosamente ofreció amabilidad y ayuda sin buscar recompensa o reconocimiento.

La prima de Efstratia, una mujer llamada Maritsa murió en 2019, a los 90 años. Era otra de las de aquel trío de abuelas.

La única de las tres que queda con vida se llama Emilia. Con todas sus arrugas de mujer casi nonagenaria sigue teniendo una mirada hermosa, de mujer bella por dentro y por fuera, con todas su arrugas.

Sirva este capítulo de 'Punta Norte' como homenaje a los que siguen poniéndose en la piel de los demás. Afortunadamente, esta vez, con la crisis humanitaria en Ucrania la respuesta de está siendo empática en las emociones y en los hechos.