Hubo un tiempo en el que beber era cosa de hombres. Así lo decían los anuncios de los años sesenta. La publicidad de aquella época mostraba la España machista del franquismo. Beber era símbolo de masculinidad, de libertad y de rebeldía. Nadie podía imaginar que en la España en la que las mujeres no podían abrir una cuenta bancaria sin el permiso de sus maridos, ellas pudieran tomar una copa de vino o un chupito de orujo.
Pero mientras la televisión nos mostraba esa imagen, la realidad mostraba otra bien distinta. Las mujeres de Liébana, en Cantabria, trabajaban las viñas y elaboraban sus aguardientes. Era parte de su patrimonio cultural. Hasta que, en 1986, con la entrada de España en la Unión Europea, se estableció un reglamento muy restrictivo que estuvo a punto de acabar con el orujo lebaniego.
Fue precisamente una mujer la que tuvo que buscar solución al problema. Recorrió toda Europa hasta dar con el destilado perfecto. Aquella mujer se llamó Carmen Gómez y fue la primera que se convirtió en orujera, por lo legal. ¿Cómo lo hizo? Con 24 alquitaras de cobre, reproduciendo el modelo medieval lebaniego que ha llegado hasta nuestros días. Ella fue la que montó la primera destilería artesanal legalizada de España.
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Hoy la hija de aquella mujer pertenece a la tercera generación de una saga de mujeres dedicadas a la destilería. Ella es quien ha roto el estigma de que el orujo es cosa de hombres. Porque como decía su abuela “Detrás de un gran orujo, hay una gran mujer”. Y ella lo es. Isabel García es orujera. Una alquimista del siglo XXI que ha conseguido llevar sus destilados ecológicos a la otra punta del mundo… Hasta los paladares más exquisitos han probado su orujo ancestral… Un orujo que por cierto también lleva nombre de mujer, el nombre de su abuela Justina. En Por fin no es lunes hemos hablado con Isabel García, orujera y dueña de la bodega Orulisa.