Era el despegue número 25 de un transbordador espacial norteamericano, los conocidos popularmente como «autobuses» del espacio. Pero la nave sólo aguantó 73 segundos en el aire. Una explosión la convirtió en una gran bola de fuego y acabó con la vida de sus tripulantes.
La noche había sido muy fría en cap Kennedy. Los operarios de la NASA tuvieron que arrancar literalmente carámbanos de hielo de la torre de lanzamiento. El mal tiempo había retrasado ya la expedición días atrás pero la NASA había recuperado el favor del público y no quiso perderlo. A las 11.38 cientos de personas se apiñaban frente a la plataforma de despegue y corearon la cuenta atrás.
Ya en el primer segundo la nave cabeceó de lado a lado expulsando humo negro. 37 segundos después el centro de control reconoce que hay problemas. Un minuto después del lanzamiento los gases escapan sin control provocando llamaradas. El fuego afecta al depósito de combustible haciendo que se escape a chorro. A los 73 segundos, el Challenger es una gigantesca bola de fuego en desintegración mientras en tierra el horror se extiende.
La cabina fue la única sección que salió intacta de la explosión. Los siete astronautas sobrevivieron a ese instante pero no al impacto final de la nave contra el océano. Una caída de 15.000 metros a 333 kilómetros hora. Cayó 2 minutos y 45 segundos tras la desintegración. Jesse More era director de la NASA. Llevaba cinco días en el cargo.
El Challenger se consideraba una nave tan segura que no se vió la necesidad de instalar paracaídas o eyectores. La noche del accidente el presidente Reagan tenía que pronunciar el discurso sobre el estado de la Unión. Lo sustituyó por un homenaje a los astronautas.
La investigación abierta tras el desastre dictaminó que la causa del siniestro fue el mal funcionamiento de las juntas tóricas debido al frío en el momento del despegue.