En el fondo siempre se ha tenido la sospecha de que muchos fabricantes tenían previsto el ciclo de vida de sus productos. Así, cuanto menos duren el consumidor tendrá que comprar antes otros. Es la llamada obsolescencia programada. Fueron famosas la que implantaron el pasado siglo los fabricantes de bombillas o los de medias de nailon. Luego fue la industria de la electrónica y ahora parece que es la del móvil. Cuando nuestro teléfono tiene problemas acaba siempre en adquirir uno nuevo y eso pese a que según el Eurobarómetro, un 77% de los europeos preferirían repararlo antes de comprar otro.
Pero en Bruselas se han cansado. Tanto el Parlamento como la Comisión europea están ya trabajando. De momento sólo lanzan recomendaciones a los fabricantes de teléfonos para que sus dispositivos sean más fáciles de reparar, con materiales de más calidad; ampliando garantías mientras se repara; que las pilas, baterías o cristales sean fáciles de cambiar, y que esos recambios tengan precios asequibles. De esta manera se incentiva la reparación y también un mercado de segunda mano.
Es verdad que estamos en un consumismo de productos electrónicos porque mejoran año tras año, pero para muchos eso no es prioritario. Además el problema no es sólo ya para el bolsillo del consumidor. El problema de tanto cacharro roto, que además no son fáciles de reciclar ni desmontar, es que terminan siendo parte de los millones y millones de toneladas que acaban en algunos países de África y Asia que se están convirtiendo en gigantescos basureros electrónicos contaminantes.