La última Cumbre Europea supuso un Dunkerque económico para el Reino Unido. Pero esta vez los ingleses cruzaron solos el Canal. Los franceses se quedaron en el Continente al lado de los alemanes. El Primer Ministro británico. David Cameron, como la mayoría de los euroescépticos, valora los mercados financieros que alberga la City por encima de los intereses del resto de la actividad económica de la Isla. La City es la principal plaza financiera desde hace más de doscientos años. Hoy día, supone el 10 por ciento del PIB del Reino Unido y se calcula que sufriría un sobrecoste de 40.000 millones de euros con la introducción de una tasa financiera y la nueva regulación bancaria que quiere imponer la Unión Europea. Aunque esta cantidad es apreciable no parece que sea lo suficientemente grande como para poner en riesgo toda la arquitectura de la Unión, e incluso dejar al socaire, en el futuro, a la propia City y su papel predominante en Europa. Por lo tanto se deduce que hay algo más. Hay un convencimiento interno, acumulado durante décadas y décadas, desde antes de las Guerras Napoleónicas, por el cual en el Reino Unido se siente a Europa como un problema, como una vecina molesta a la que hay que vigilar pero con la que no hay que implicarse. Una vez más las convicciones pueden más que el interés. Europa seguirá avanzando, con o sin Londres, aunque se percibe otra dificultad. En el Continente se pierde un contrapeso al poder cada vez más amplio de Alemania. La cuestión ahora es intentar recomponer la figura. Los mercados no están muy satisfechos y habrá semanas de tensión. Y es que casi todo el mundo desea que Europa sea como los trenes: una locomotora que tire del convoy, Alemania, y el resto de los países los vagones, de primera o de segunda. Incluso algún vagón podría quedarse un tiempo en la estación y esperar, pero todos irían por la misma vía. Es más fácil de gobernar que no una Europa de coches de alquiler, donde cada socio elige su vehículo, su modelo, las prestaciones, la velocidad y la ruta, la autopista por donde circular. Entonces pasa, como ahora, que el Reino Unido decide marchar en dirección contraria y a toda velocidad.
Minuto económico: Dunkerque
La última Cumbre Europea supuso un Dunkerque económico para el Reino Unido. Pero esta vez los ingleses cruzaron solos el Canal. Los franceses se quedaron en el Continente al lado de los alemanes. El Primer Ministro británico. David Cameron, como la mayoría de los euroescépticos, valora los mercados financieros que alberga la City por encima de los intereses del resto de la actividad económica de la Isla. La City es la principal plaza financiera desde hace más de doscientos años. Hoy día, supone el 10 por ciento del PIB del Reino Unido y se calcula que sufriría un sobrecoste de 40.000 millones de euros con la introducción de una tasa financiera y la nueva regulación bancaria que quiere imponer la Unión Europea. Aunque esta cantidad es apreciable no parece que sea lo suficientemente grande como para poner en riesgo toda la arquitectura de la Unión, e incluso dejar al socaire, en el futuro, a la propia City y su papel predominante en Europa. Por lo tanto se deduce que hay algo más. Hay un convencimiento interno, acumulado durante décadas y décadas, desde antes de las Guerras Napoleónicas, por el cual en el Reino Unido se siente a Europa como un problema, como una vecina molesta a la que hay que vigilar pero con la que no hay que implicarse. Una vez más las convicciones pueden más que el interés. Europa seguirá avanzando, con o sin Londres, aunque se percibe otra dificultad. En el Continente se pierde un contrapeso al poder cada vez más amplio de Alemania. La cuestión ahora es intentar recomponer la figura. Los mercados no están muy satisfechos y habrá semanas de tensión. Y es que casi todo el mundo desea que Europa sea como los trenes: una locomotora que tire del convoy, Alemania, y el resto de los países los vagones, de primera o de segunda. Incluso algún vagón podría quedarse un tiempo en la estación y esperar, pero todos irían por la misma vía. Es más fácil de gobernar que no una Europa de coches de alquiler, donde cada socio elige su vehículo, su modelo, las prestaciones, la velocidad y la ruta, la autopista por donde circular. Entonces pasa, como ahora, que el Reino Unido decide marchar en dirección contraria y a toda velocidad.