Seguro que lo han pensado muchos, pero yo se lo escuché decir a Pérez Rubalcaba: "En España enterramos muy bien". Se refería Alfredo a esa costumbre arraigada de hablar bien del que se va obviando un poco sus zonas más oscuras. Es como si nos viésemos obligados a hacerlo porque está mal visto decir que nos deja un "bicho" o un "malaje", aunque lo fuera.
Ahora lo seguimos haciendo. El propio político lo comprobó al irse rodeado de amigos y enemigos que se quitaban el epíteto elogioso de la boca. Pero también hemos aprendido a desenterrar, aunque en estas lides no somos tan unánimes. No me voy a meter en fangos de guerra, aunque todos tenemos un drama familiar heredado que ha ido pasando de bisabuelos y abuelos hasta llegar a nuestros días.
Lo del 36 lo llevamos todos en el alma. Y les confieso que como hijo de la LOGSE, pasé de puntillas en el aula porque ni los docentes querían impartir algo tan doloroso sin parecer escorados.
La guerra española ha de avergonzarnos a todos. Fue el zénit del odio larvado y los peores instintos. Hermanos contra hermanos, vecinos contra vecinos. Es verdad que hubo un bando sublevado, pero también lo es que la propia República se convirtió endogámicamente en un régimen donde no cabían todos.
Todos tenemos una misión lejana, contaminada por el entorno, pero sí deberíamos consensuar que en aquella barbarie no hubo inocentes puros.
Creo que no merecen helicópteros ni cámaras los traslados de restos de gente que ejerció su mal en dictadura. No merecen ni yugos ni flechas nuestros portales ni iglesias. No merecemos calles ni avenidas de recuerdo ni jinetes a caballo, ni por supuesto, no merecemos pisar sobre ningún hueso mal enterrado al entrar en nuestros cementerios.
Lo que sí merecemos es aumentar la dignidad en silencio, que hace 86 años no ganó nadie en España.