En estas primeras horas de otoño, seguimos calientes con las cosas de los precios, las subidas, las inflaciones y las demagogias de los partidos en busca de sus potenciales votantes. No hemos evolucionado mucho si todavía pensamos que hay aspectos fundamentales de la vida cotidiana que pueden ser atribuidos a derechas o izquierdas.
Ser ecologista, feminista o creer en los emprendedores, no debe etiquetarse y lo hacemos. Las siglas patrimonializan estos aspectos pensando que la gente no ve el uso maniqueo de las mismas.
Impuestos: materia arrojadiza que también se quiere aprovechar como arma electoral pensando que el votante se postula de forma simplista. Unos creen que con un papá Estado omnipotente todo se arregla. Los otros prefieren adelgazarlo y que los ciudadanos se autoadministren, pero ¿dónde están los grises y los términos equilibrados?.
Todos queremos servicios públicos de calidad, impuestos razonables y todos ambicionamos a políticos sensatos y reflexivos que sepan que están de paso y que deben tener una visión de altura.
Me encantaría votar a uno que reconociese aciertos en el contrario, que dijera en público que no tiene postura definida y que ha de pensar en pros y contras para ser firme en alguna materia controvertida. Votaría a uno que reconociese que se equivoca, que suele dudar y que aspira y trabaja duro para escuchar más y mejor cada día.