Voy al grano: ¿cuántos de nosotros tenemos un anti-virus instalado en el teléfono móvil? Y… ¿cuántos de nosotros lo usamos para comprar y pagar casi a diario? ¿cuántos no estamos duchos ya en rellenar formularios y suscripciones utilizando además las mismas contraseñas? Y ya por último… ¿a cuántos de nosotros no nos han intentado estafar, colocar un supuesto paquete o pedirnos las claves de nuestra cuenta bancaria?
Estas prácticas fraudulentas las sorteamos todos los días y hay veces que hasta nos sonreímos con las intentonas, pero la gente más mayor y más vulnerable cae, inmisericorde, y tiene menos reflejos y menos cintura.
A cierta edad, un boquete en la pensión y en el orgullo puede ser irrecuperable. Vemos testimonios desgarradores al respecto. Mi sensación es que se hace poco, se conciencia poco, se advierte poco y, por supuesto, las entidades y las autoridades le dedican menos de lo recomendado a perseguir, evitar y castigar.
Qué ganas de que su tiempo se compense, querido político, menos asuntos de poder y más asuntos del comer, de lo que nos pasa a la plebe. Cómo deseo de verdad que dejen ustedes de ocuparse tanto de lo suyo. ¡Qué ciudadanos más pacientes les ha tocado en suerte! Piénselo, amigos.