OPINIÓN

VÍDEO del monólogo de Carlos Alsina en Más de uno 08/11/2018

Decíamos ayer y decíamos anteayer. Es reconfortante comprobar hasta qué punto nuestros dirigentes políticos son previsibles.

Ondacero.es

Madrid | 08.11.2018 08:13

Les dije aquí el martes que, en la política española, el proceso estándar para deshacerse de un peso muerto (un compañero de partido que, de pronto, se ha convertido en tóxico) tiene tres fases que, en realidad, son cinco.

• La primera: que el líder del partido baja el pulgar.

• La segunda: que el defenestrado finge que irse ha sido idea suya.

• La tercera: que emite un comunicado en el que explica que abandona la dirección del partido por amor a las siglas y para no perjudicarlo.

Hasta el martes, Cospedal había cumplido las tres primeras fases. Pero el lunes por la noche había dicho esto a la pregunta de si renunciaría también a su escaño:

Por eso a la mañana siguiente comentamos aquí que faltaban la fase cuarta y quinta del proceso defenestrante.

• La cuarta es que el repudiado, aun habiendo dicho una, dos, tres, trescientas veces que no dejará el escaño, va y lo deja.

• Y la quinta es que el líder supremo, que fue quien bajó el pulgar, reza un responso en agradecimiento de los servicios prestados y se fuma un puro a la salud de su liderazgo. Como Pablo Casado no fuma puros, tendrá que fumarse otra cosa.

La señora Cospedal, a lo Pedro Sánchez, pasó en 48 horas del que no que no…

…al que ahora sí que sí. En twitter anunció a media tarde que renuncia al escaño no por amor al partido sino para cuidarse a sí misma y a los suyos. Ella misma admite que el lunes dijo que no lo haría pero ahora dice que lo ha pensado mejor. Claro que también dice que en junio ya tenía tomada la decisión de irse y que ahora lo único que decide es anticipar la salida.

La frase más reveladora de su comunicado, en realidad, es ésta de ecos manchegos (manchegos de José Mota): “Estar por estar no tiene sentido”. Si hay que estar, se está, pero estar por estar es tontería. Revela lo que ha sucedido aquí: el vacío a su alrededor y el abandono de los que ahora están arriba. Cospedal ha podido comprobar estos días que ya no tenía ni sitio, ni horizonte, ni cometido. Ayer varios diarios publicaron que Rajoy se sentía traicionado porque nunca supo de las reuniones de su segunda con Villarejo. Ayer se publicó también que en el partido el rebote con Cospedal era notable porque había violado una norma interna que es sagrada: a los compañeros de ejecutiva no se les espía. Que en realidad debe ser formulada en términos precisos: a los compañeros, si se les espía, conviene borrar todas las huellas. Porque si se acaba sabiendo, quedas como culpable de alta traición.

Cospedal se va marchando, decíamos anteayer, no en diferido sino a cámara lenta, que ha resultado, al final, ser más rápida de lo que esperaba García Egea, la mano del rey que empuña la espada de decapitar.

Cospedal se va. Como se fue Soraya, como irán otros. Y Casado, en solitario, reina.

La última contribución de Cospedal al debate público fue su participación en lapromoción del programa Salvados.

Decíamos ayer que para Pedro Sánchez lo del Supremo era un win win. Gana y gana. El cambio de criterio del tribunal (o el re-cambio, el cambio del cambio) era todo ventajas.

• Primero, porque libraba al Estado de los cinco mil millones de euros que habría tenido que devolver a los contribuyentes hipotecados. Bendito sea el Supremo, debió pensar la pareja Montero-Calviño.

• Segundo, porque le ponía a Sánchez en bandeja presentarse ante la sociedad como el héroe popular que viene a rescatar a los pobres clientes. Bendito sea el Supremo, debió de pensar la pareja Iván-Pedro. Con la bandera de la justicia social y haciéndose los castigadores de los bancos.

Y eso pasó. Pedro se puso el sombrerito verde con la pluma, se calcó las polainas, agarró el arco e interpretó en la sala de prensa de Moncloa el papel de Robin Hood.

Los ciudadanos de a pie son los que contratan un préstamo hipotecario, se entiende. Que son los que hasta ahora han pagado ese impuesto. Hasta ahora quiere decir desde siempre, desde que está en vigor la ley actual y el reglamento que se hizo para aclararla, han pasado veintitrés años.

Sánchez le ha querido madrugar a Podemos la bandera de la indignación y la justicia. Con una urgencia que no es fruto de ninguna crisis nacional sino de la prisa por colgase la medalla. Ni a conocer los fundamentos del Supremo ha esperado la presidencia del gobierno.

Pero oye, lo adelantamos ayer aquí: en manos del gobierno está, en efecto, tomar la iniciativa y en manos del poder legislativo (el Parlamento) reformar las leyes que les parezca. Eso sí, tendrán que agradecerle al Supremo nuestros líderes políticos, tan escandalizados ahora porque son los clientes los que pagan el impuesto éste, que les haya descubierto esta realidad que ellos, vaya por dios, ignoraban.

Recordemos cómo ha sido la cosa: hasta hace quince días ni al gobierno, ni a Podemos, ni a las asociaciones de consumidores, se les había escuchado una palabra de escándalo por el hecho de que fuéramos los clientes los que abonáramos el impuesto. Es decir, que de no haber sido por los seis jueces del Supremo que hace dos semanas anularon un precepto del reglamento, ni el gobierno, ni Podemos, ni nadie habría encontrado urgencia alguna en reformar nada. Ah, pero seis jueces del Supremo dijeron que el impuesto les corresponde a los bancos —nadie proclamó ese día que la banca siempre gana— y los partidos descubrieron el océano. Luego quince jueces han dicho lo contrario y ha empezado la competición (ligeramente bochornosa) por ver quién se indigna más y por más tiempo.

Esta procesión de políticos consternados porque acaban de enterarse de que ellos mismos han estado cobrándole a los compradores de viviendas un impuesto que no les correspondía. Se ve que ni Sánchez ni Iglesias ni Echenique ni Susana Díaz se han comprado nunca una casa. Si no, no se entiende esta indignación tan grande que manifiestan. Que nunca más paguen los ciudadanos de a pie. Hombre, quien ha gobernado las comunidades autónomas año tras año tras año cobrando ese impuesto a los sufridos clientes hipotecados han sido gentes como Susana Díaz, Fernández Vara, García Page, Francina Armengol. ¿Es que no sabían a quién le estaban cobrando? Oh, cielos, qué escándalo. Los tiempos son los que son. Tiempos de postureo y demagogia. Nuestros legisladores, que son los diputados, no tienen ni idea de lo que dicen las leyes que hoy se están aplicando.

El mundo contiene el aliento ante las medidas que anunciará en breve Susana Díaz. Un paquete potente, ha dicho, para paliar los efectos de la sentencia del Supremo sobre los andaluces. A ver, los efectos de la sentencia son ninguno. A quienes hace quince días se les hizo creer que podrían recuperar un dinero les toca encajar la decepción de que no lo van a recuperar. Es un disgusto, pero sólo eso. No pierden nada porque ese dinero ya no lo tenían, se lo había recaudado Susana. Si se anima la presidenta, puede, eso sí, devolvérselo ella. Sabiendo, eso sí, que a los bancos, con efecto retroactivo, no se lo va a poder cobrar. Eso sí sería un paquete potente.

Es lo que dice Pablo Iglesias, claro, si tan espantoso nos parece a todos que el hipotecado haya pagado este impuesto —él tampoco debió percatarse de que lo pagaba cuando firmó su hipoteca hace unos meses— que se devuelva lo ingresado. Puede empezar Podemos dando ejemplo obligando al gobierno aragonés, del que es socio, a devolver lo que han pagado los hipotecados de Aragón por el impuesto y por la subida del impuesto que Podemos apoyó con entusiasmo.

Con este tema de los Actos Jurídicos Documentados se han revelado nuestros próceres como unos perfectos indocumentados.