OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Una medida extrema, el 155, sí, para la situación extrema que han creado. ¿Qué esperaban?"

No lo dijo una vez, sino seis. En los cuatro minutos que duró su discurso y antes que diluviara sobre la plaza de Sant Jaume. Ya estoy aquí. Ja soc aquí.

La frase de Tarradellas, presidente de la Generalitat de Cataluña, regresado del exilio, en el balcón del Palau hace hoy cuarenta años.

"Ja soc aquí" y más de seis "ciudadanos de Cataluña".

Seis veces dijo

No dijo "catalanes". Porque su primer objetivo, casi su obsesión en aquel momento, era la unidad de la sociedad, nacidos en Cataluña o llegados de fuera, catalanistas y no catalanistas, en un mismo proyecto. La cohesión social, que es lo opuesto a la división, el choque y la siembra de discordia entre compatriotas.

Una división sería grave. Poco pudo sospechar el Tarradellas del 77 —otra cosa sería el del 85, gobernando ya Jordi Pujol—, que acabaría siendo el propio gobierno autonómico el que sembrara la división entre los ciudadanos catalanes llevando la situación al extremo de la brecha social que existe hoy entre Cataluña y Cataluña. Partida en dos porque así lo ha querido el gobierno independentista y la mayoría absoluta que lo sostiene.

El balcón de Tarradellas, hace cuarenta años, emociona menos a los Puigdemones, los Junqueras y las Forcadeles de ahora que el balcón de Companys, hace ochenta y tres.

Tarradellas, militante de Esquerra, no está entre los santones de este independentismo de ahora porque contribuyó a construir la legalidad democrática y la integración de las instituciones catalanas en ella, no a combatir la nueva Constitución y al gobierno que la impulsaba. Huyó del victimismo y reclamó autocrítica a la política catalana. Y censuró a Pujol por imponer la filosofía de que Madrid siempre se equivoca y el govern siempre es formidable. Si del Pujol de los ochenta decía ya aquello, qué no habría dicho de Artur Mas de haberlo conocido. Qué habría dicho al ver a un tal Puigdemont debiendole su cargo a la CUP.

Tarradellas trabajó, naturalmente, por el restablecimiento de las instituciones históricas catalanas y de los derechos políticos, pero evocando la mancomunidad de Prat de la Riba, no el foso de las moreras. Y alentado el progreso de Cataluña no sólo dentro de España, sino como motor y ejemplo para el resto de los territorios.

La vanguardia del bienestar, la prosperidad y la democracia de todos.

Ciudadanos con derechos individuales. El hombre que proclamo el "Ja soc aqui" hace cuarenta años era un pactista de verdad, no como el presidente de la Generalitat de ahora.

• Había conocido, él sí, el horror de una guerra civil.

• Había sufrido, él sí, la represión. Y el exilio.

• Había visto de cerca, el sí, el fascismo. Español, italiano y alemán.

• Había arriesgado, él sí, su integridad.

• Había entendido, él sí, cómo se reparan los errores históricos.

Tarradellas sí. No este Puigdemont que tenía doce años cuando murió Franco y catorce el día del Ja soc aquí.

Por todo eso el independentismo de hoy, basado en la distorsión de los hechos históricos y la apropiación de derechos que son de todos, prefiere al Companys de la insurrección del 34 y al Rafael Casanova pretérito, y manipulado, que se resistió al Borbón hace trescientos años.

Cataluña, al comienzo de la semana del bochorno histórico.

Salvo que el presidente insurrecto, Carles Puigdemont, atienda a quienes le están diciendo que convoque ya unas elecciones autonómicas —ponga las urnas, le dice La Vanguardia, le dice El Periodico, le dice el Ara—, el Senado aprobará el viernes su relevo como presidente y la asunción temporal de sus funciones por el presidente del gobierno. El autogobierno catalán quedará intervenido por culpa de la irresponsabilidad, la contumacia, la reincidencia y la ilegalidad del gobierno autonómico y su correa de transmisión parlamentaria.

Para este Puigdemont que ha tenido como discurso único —monocultivo— el derecho a votar, a convocar a los ciudadanos a las urnas, esta otra convocatoria para la que sí tiene, aún, las facultades legales se le atraganta dramáticamente. Es un drama para la historia catalana que el fanatismo de un grupo de dirigentes que eligieron la vía del enfrentamiento, la ilegalidad y la quiebra social, haya puesto sus instituciones en riesgo de verse temporalmente mermadas. Víctimas las instituciones catalanas de este grupo de interinos, ebrios de revolución y de épica, que han abusado de ellas sin que nadie, hasta ahora, les parara.

• Han abusado del poder que la ley pone en sus manos.

• Han abusado de las instituciones que pertenecen a todos los ciudadanos.

• Han abusado de la paciencia del Estado.

Y han obtenido, al final de la embestida que ellos solos escogieron sin que nadie les forzara, aquello que sabían que acabaría llegando: la destitución de todos ellos de los cargos que han deshonrado. Los cargos que han empleado para enfrentar a los catalanes, socavar la Constitución y sabotear el Estado. Los cargos

Las medidas son extremas, en efecto.

En justa correspondencia con la gravedad de la crisis que estos gobernantes han creado.

¿Qué diablos esperaban que pasara?

El Estado actúa en defensa propia.

Apartando del poder a quienes se han convertido en un peligro público para el conjunto de los ciudadanos. Lo de toda España.

Éste es el motivo último que el Senado habrá de valorar cuando debata y vote las medidas, inéditas, que el gobierno ha solicitado en aplicación del 155. No es sólo que un grupo de poderosos, empleando los instrumentos y recursos de la administración catalana, haya planeado y ejecutado el incumplimiento de sus obligaciones constitucionales. Es que, como contempla el 155, han atentado gravemente al interés general de España.

Han generado, a sabiendas de lo que hacían y habiendo sido repetidamente advertidos, una crisis constitucional máxima.