OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Ni quienes van contra la prisión permanente son insensibles a las víctimas ni quienes la apoyan son justicieros"

Que pase cuanto antes el pleno parlamentario de hoy. Pasar el trago y enfriar el asunto para que deje de estar en la primera línea del debate.

El PSOE, el PNV y Podemos defenderán esta mañana en el Congreso sus razones para defender que se elimine del código penal la prisión permanente revisable.

Hay opiniones contrarias, hay opiniones favorables, ambas están bien argumentadas y sería bueno empezar por tener claro que ni aquellos que discrepan de esta pena son personas insensibles y amigas de los delincuentes (no es el caso) ni aquellos que la comparten son seres inhumanos y justicieros que aspiran a que todo criminal se pudra en la cárcel. Veremos cómo de racional o cómo de agrio es el debate de esta mañana. Veremos qué portavoces están a la altura y cuáles no, defiendan una postura o defiendan la otra.

Al final del día, recordermos, la prisión permanente revisable seguirá vigente. Y mañana y pasado mañana. Prisa por seguir adelante con la derogación no van a tener ni el PSOE ni Podemos. Ambos saben que en este asunto quien tiene el viento de la opinión pública a favor es el Gobierno y ahora también, Ciudadanos, que precisamente porque vio hacia dónde soplaba el viento se derogó a si mismo y pasó de llamarlo demagogia punitiva a subirse al carro de la permanente.

Sánchez e Iglesias saben que mantener este debate en primer plano beneficia al PP y les perjudica a ellos dos. Nadie pudo calcular que el pleno se produjera en la misma semana en que una tal Ana Julia confesaría que mató a un niño de ocho años asfixiándolo después de golpearle con un hacha y que ocultó durante doce días el cadáver. Con este crimen deleznable en la mente de todos —y cada minuto del día en las televisiones— es imposible que se abran camino datos estadísticos o análisis sosegados sobre cómo tenemos una de las tasas de criminalidad más bajas de Europa y un tiempo de estancia medio en prisión de los más altos.

Por eso el debate va a durar, como mucho, otras 24 horas. Y después, a esperar que el Constitucional empiece por aclararnos a todos si la pena de prisión indefinida es compatible, o no, con el objetivo de rehabilitación del criminal que la Constitución encomienda al encarcelamiento.

A esto se redujo. El debate sobre las pensiones en el Congreso. Para ser uno de los principales desafíos que tiene el país, deja una cosecha bastante estéril. No parece que Rajoy hiciera mucho esfuerzo en dirigir su mensaje a los nueve millones de pensionistas en lugar a Pablo Iglesias.

La única novedad que dejó el debate es la oferta del presidente de subir las pensiones mínimas y de viudedad si el Congreso le aprueba los nuevos presupuestos del Estado. Veinte segundos duró la novedad. Que encima resulta que no es tal. El Confidencial ha explicado que la mejora de la pensión que cobran las viudas es obligada, por ley, desde la reforma de 2011. Ahí se incluyó que a partir del año 12 debía subirse un punto de la base reguladora de esas pensiones cada año hasta 2020. Pero que nunca se aplicó. Y que, por tanto, prometer ahora la subida de la viudedad no es otra cosa que admitir que todos estos años se ha incumplido.

Rajoy vincula, además, la subida de esas pensiones en concreto —la viudedad mejoraría 100 euros mensuales de media para 2020-- a que se aprueben los nuevos Presupuestos del Estado. Lo hace cuando su gobierno se ha comprometido en las últimas semanas a mejorar los salarios de los funcionarios haya o no haya presupuestos nuevos y a equiparar el sueldo de policías y guardias civiles a los Mossos d'Esquadra haya o no haya presupuestos nuevos. Con las pensiones mínimas, sin embargo, con las viudas, el presidente condiciona la mejora a que el Congreso le respalde las cuentas que está ultimando Montoro.

El sábado están convocados de nuevo los jubilados a manifestarse en la calle. Lejos de enfriar las protestas, Rajoy contribuyó ayer a incrementarlas.

Y fue entrañable, por cierto, escuchar al diputado del PDeCAT Campuzano reclamándole al gobierno sentido de Estado. De Estado. Lo dice el partido que ha intentado dinamitarlo.

Ay, que ha vuelto el serial.

Habían parado la emisión en vista de que los guionistas se habían quedado sin ideas, pero ayer programaron un episodio nuevo. Aburridito, la verdad. Y con personajes secundarios cuya calidad interpretativa es manifiestamente mejorable.

Todo el capítulo se desarrolló en interiores. Y en un mismo escenario. La mansión puigdemoníaca de Valonia. En la que, como pudo verse en el vídeo tipo Idealista que colgó el otro día un diario independentista, las persianas (o los estores, más bien) siempre están echados. En penumbra viven el conde Puigdemont y sus compañeros quirópteros, o sea, murciélagos. Corre un falso rumor que dice que la única dependencia que nunca enseñan a las visitas es el sótano, porque hay allí unas cajas alargadas en las que duermen durante el día.

Pero de esto no iba el capítulo de ayer. Iba de los ejercicios espirituales que convocó el de Waterloo. Ya saben que él se resiste a dejar de ser el galan protagónico del serial y los demás le siguen la corriente. De vez en cuando se levanta con ganas de sentirse importante y entonces dice: "que vengan a verme los diputados". Y los diputados del PuigDeCat se van para El Prat, se suben al avión y aterrizan en Bélgica resignados a aguantar la chapa.

Puigdemont los junta a todos en la mansión, tranca las puertas para que ninguno pueda huir antes de que él termine de colocarles el rollo, y les da doctrina sobre alta política europea, estrategias judiciales y derechos humanos. Es decir, qué bien me lo he montado yo y que triste que a Joaquim Forn le hagan diagnosticado en prisión una tuberculosis.

El episodio de ayer fue todo charla. Que si Puigdemont dice que su candidato sigue siendo el Jordi, Sánchez. Que aún hay tiempo para que sea investido. Que vamos a ver lo que dice el Supremo. Que hay que resistir, que al final venceremos y que nadie espere que yo vuelva a Barcelona. Los diputados iban poniendo cara de "en qué hora permitimos que este hombre enloqueciera" y miraban el reloj temiendo perder el avión de vuelta.

En la última escena salió un actor de reparto que aspira a tener más minutos, Eduard Pujol, e hizo de portavoz de Puigdemont, papel en el que tiene experiencia porque antes de diputado fue director general de la emisora RAC1, donde ya hacía de portavoz de Puigdemont pero sin ponerlo expresamente en su tarjeta.

Total, que el capítulo terminó con este Pujol diciendo que viva el Jordi, Sánchez, que nada de elecciones y que hay que ver cómo se pone la CUP.

Pero resulta que lo más interesante del capítulo es lo que no nos enseñaron. Las escenas que fueron eliminadas del montaje final y que eran las más interesantes. Hoy las revela Toni Bolaño, sagaz reportero, en el diario La Razón. Al conde Puigdemor le estuvieron persuadiendo los enviados de la dirección del PDeCAT (esa casa en ruinas) para que trague con dejar tranquil al Jordi, que bastante tiene con sus tareas de recluso en Soto del Real, y poner de candidato al otro Jordi, Turull, que aunque esté tan imputado como el Jordi Uno y el Jordi Dos tiene la ventaja de que está en libertad bajo fianza. Pero el de Waterloo se hizo el estrecho no porque apueste de verdad por lo de Sánchez, que sabe que no sale, sino porque no quiere al Turull, demasiado independiente para el líder independentista. De modo que vuelve Artadi. El nombre de Elsa Artadi como posible candidata a presidenta. Y lo más interesante: que tanto los puigdemones pata negra como los de Esquerra Republicana han asumido que hay que librarse ya de la presión de la CUP. ¿Cómo? Pasando de tener 64 diputados en condiciones de votar a tener 66. Es decir, resignándose Puigdemont y su mini yo Toni Comín a dejar de una vez sus escaños. Que corran las listas y entren dos diputados que sí puedan votar el día que se celebre una investidura. No suman Esquerra y Junts per Cataluña la mayoría absoluta, pero aunque la CUP se abstuviera sacarían adelante su propuesta. En el capítulo de ayer se decidió que si hace falta, renuncian.

Lástima que a los espectadores se les escamoteó la escena, que habría dotado de algún interés a una trama que languidece en la penumbra de la mansión del conde y sus quirópteros.