OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "La purga puigdemoníaca va llegando a los escalones intermedios del gobierno en rebeldía"

Han hecho jefe de los guardias en Cataluña a un señor que utiliza la palabra español con tono despectivo. Y al que le damos pena todos los españoles.

Han hecho jefe de los guardias en Cataluña a un señor que sostiene que los catalanes que se quieren ir de España se van a ir, incluido él, con o sin referéndum.

Han hecho jefe de los guardias en Cataluña a un señor que se declara soldado del ex presidente Artur Mas y del muy honorable presidente Puigdemont.

El problema de Twitter es que guarda memoria. Tú escribes ahí todo lo que se te pasa por la cabeza cuando sólo eres un concejal desconocido de Tarrasa y el día que te nombran director de los Mossos d'Esquadra reaparecen todos tus mensajes y no hace falta que nadie te atribuya opiniones porque te las has atribuido tú solo.

Pere Soler i Campins, el nuevo encargado que ha colocado Puigdemont al frente de la policía autonómica escribió el año pasado que España es un país de pandereta, que él no habla de zombies politicos y menos de zombis españoles, que Toni Cantó no da más de si y Pedro Sánchez se hace el progre: caramba con los guapetes españoles, puso.

Mucho aprecio por lo español y los españoles no parece que tenga.

La purga puigdemoníaca va llegando a los escalones intermedios del gobierno en rebeldía. Tras el cambio de consejero en Interior ha llegado el cambio de jefe de los Mossos d'Esquadra. Dicen las crónicas que al jefe de antes, Batlle, lo han quitado por tibio, y porque una vez dijo que los mossos tenían que permanecer neutrales en esto del proceso independentista.

Perdóneme, ¿neutrales? ¿Cómo que tienen que ser neutrales?

Los mossos son un cuerpo de policía que está para perseguir el delito y hacer cumplir la ley. Y ahí no cabe neutralidad. O cumplen con su función, o son ellos los que están incurriendo en dejación de funciones. Empezando, naturalmente, por el director general del cuerpo y siguiendo, hacia arriba, hasta el vicepresidente y presidente del gobierno autonómico.

Han puesto al frente de la policía a un señor que aboga por incumplir la ley. Y sería motivo de escándalo si no fuera porque está al frente de toda la administración catalana otro señor que actúa de la misma manera, predicando como si fuera su obligación moral saltarse las normas que rigen para todos.

El que manda es Puigdemont, peón obediente de Junqueras y la CUP. Quiénes estén en los puestos intermedios es poco relevante porque ninguno de ellos ha tenido, hasta hoy, narices para enfrentarse al de arriba y porque a poco que asome uno la patita Junqueras y Puigdemont se lo cargan.

Hoy, el gobierno catalán —-todos y cada uno de sus consejeros— se disponen a firmar un papel que destina dinero público a la compra de unas urnas para hacer un referéndum ilegal.

Lo harán sabiendo que es justamente eso lo que hacen: desviar dinero del presupuesto público para la comisión de un delito, y sabiendo que la fiscalía general del Estado también lo sabe.

Lo de Pedro y Pablo fue la nada. O mejor, la nada absoluta.

La expectación fue directamente proporcional a la insignificancia del resultado. Tanta literatura previa al encuentro planetario de Sánchez e Iglesias y tan poco que escribir ahora que ya se ha producido.

Se reunieron delegaciones del máximo nivel, señora, caballero. Los generales acompañados de sus oficiales más reputados.

Las dos conclusiones novedosas y de verdadero impacto de la reunión de ayer fueron éstas. Atención:

• Primera, que los dos, Pedro y Pablo, están deseando destronar a Rajoy. No ven el día de echarle de la Moncloa.

• Segunda, que ni siquiera juntos, Pedro y Pablo, tienen fuerza suficiente para conseguirlo. Ni fuerza parlamentaria ni electoral.

Aquí quien se ha asegurado la suma necesaria para aprobar sus proyectos en el Congreso es el señor Rajoy. Repartiendo caramelos a Ciudadanos, al PNV y a dos diputados canarios. Pero lo ha amarrado. Y el PSOE y Podemos, ni aunque fueran un mismo grupo, estarían hoy en condiciones de impedir eso.

Usted dirá: hombre, Alsina, que para saber eso no hace falta reunirse con nadie. Pues es verdad. Pero si Pedro y Pablo no se reúnen ni usted ni yo estaríamos hablando de ello. Y si de algo entienden los dos es de cómo mantener su cuota de pantalla.

Al cabo de dos horas y media de estudio sesudo de cómo están las cosas, el PSOE y Podemos han alcanzado el histórico acuerdo de parir una criatura llamada "mesa de coordinación parlamentaria". Mire, cuando usted no tenga nada sólido que ofrecer, póngale un nombre pomposo y ya verá como la venta mejora. Si yo le digo que Pablo y Pedro se llamarán de cuando en cuando o que Margarita Robles e Irene Montero cambiarán impresiones cuando se crucen en los pasillos del Congreso parece asunto de poco vuelo. Ah, pero si le digo que se reunirá de manera frecuente la “mesa de coordinación parlamentaria" le va a sonar a asunto serio. Una mesa siempre suena a cosa sólida. Han creado una mesa y quieren abrir espacios de diálogo. Es decir, que intentarán ganarle al PP las votaciones parlamentarias que puedan a sabiendas de que ganar una moción de censura no es posible y que, caso de serlo, volverían las tortas para ver quién se hace con cada sillón en ese gobierno.

Iglesias y Sánchez han estrenado su nuevo álbum de fotos. A eso se reduce, de momento, todo.

Ni Pedro ni Pablo tienen mayor interés en necesitarse mutuamente. Si ahora van de la manita no es porque eso vaya a tumbar a Rajoy, sino porque los dos han llegado a la conclusión de que es lo que más les conviene pensando en la cosecha electoral de 2019. Han llegado a la conclusión de que sus electorados respectivos —-y aquel por el que ambos compiten— penaliza la falta de entendimiento entre el PSOE y Podemos. Y han llegado a otra conclusión: que ni el uno ni el otro son capaces de ganarle las elecciones generales al PP.