OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "El juez dirá si la responsabilidad de Aguirre en la Púnica pasa de in vigilando a la imputación"

La comida no se les va a atragantar porque lo que le pueda pasar a Esperanza Aguirre, a estas alturas, a ninguno de los comensales le preocupa lo más mínimo.

La política es cruel. Importa el que sobrevive. Desaparece del radar el que cae abatido.

Hoy Mariano Rajoy invita a comer.

¿A quién?

A todo el que todavía es alguien en su partido. Cumbre de dirigentes regionales. Que significa que van los presidentes autonómicos que sobrevivieron a 2015 —sólo uno con mayoría absoluta, Feijoo, los otros cuatro en manos de Ciudadanos, Cifuentes, Juan Vicente Herrera, Ceniceros, de La Rioja, López Miras, el de Murcia (a estos dos nadie les pone cara fuera de sus territorios), —, además de los responsables regionales del partido (casi todos aspiran a ser candidatos a algo el año próximo) y Cospedal y Soraya y Maillo y Montoro. Que no se diga que el presidente del PP, cuando se pone, no se estira con las invitaciones.

Más que una comida es una boda.

Atención, asistentes, que en las bodas el presidente se arranca por Raphael y no hay quien le pare.

A poco que la comida se parezca a una reunión de la Junta Directiva del partido —y por el número se le parece— discurrirá como discurre ésta: habla Rajoy y el resto, aplaude.

Que les haya colocado a Montoro de comensal indica que es intención del líder reclamar (o imponer) la pax autonómica. Que consiste en que todas las inquietudes, temores, dudas que tengan sobre el nuevo sistema de financiación (el compromiso, a la espera de ver qué pasa en Cataluña) se las suelten, entre plato y plato, a Montoro. Que conociendo a Montoro no parece que sea la forma de que haya pax —a este ministro lo que le pone es echar broncas—, pero sí es la forma de preservar de los reproches a quien habita la Moncloa.

Los presidentes autonómicos venían pidiendo que esto de la financiación se hablara con ellos, no sólo con Pedro Sánchez. Y en esa batalla han hecho causa común los del PSOE, que también piden que se les pregunte a ellos, no sólo al líder.

Pero además se ha publicado en los últimos días que están decepcionados con la falta de empuje político del gobierno, que asisten con pavor al estado de gracia que parece disfrutar Ciudadanos, que se lamentan de que la cuestión catalana haya restado votos al partido en lugar de dárselos, que perciben abulia en el aparato del partido y que le ponen velas a las patronas respectivas de sus territorios para que Rajoy haga una crisis de gobierno.

Podemos hacer apuestas si ustedes quieren: nada de todo eso aparecerá en la comida-boda de esta tarde. Y si Rajoy se anima a marcarse un bailecito, todos le acompañarán encantados.

De la Púnica tampoco hablarán. Aunque vaya a ser la Púnica, si Granados hace lo que va diciendo por ahí que hará, el asunto político-judicial más candente de la mañana.

Hoy podría ocurrirle al PP de Madrid lo que le pasó hace un mes al PP valenciano con la declaración de Ricardo Costa. Un terremoto. El fantasma de las campañas pasadas encarnado en quien fue secretario general del partido.

Francisco Granados lo fue todo en el PP madrileño porque así lo quiso su mentora, Esperanza Aguirre. Granados fue una de sus ranas favoritas. No sólo mandó cuanto pudo (cuanto le dejaron) en la consejería de Presidencia del gobierno regional, no sólo organizó las campañas electorales de su partido, sino que predicó en los platós de televisión la higiene de los cargos públicos. El inquisidor de las corrupciones ajenas. Luego le llegó a él la operación Púnica como le llego a su enemigo íntimo, Ignacio González, la operación Lezo. Ambos son hoy, a expensas de lo que acaben diciendo los tribunales que los juzguen, los dos presuntos más ilustres de la política madrileña.

Cayó el uno y cayó el otro. Ambos han pasado por la cárcel —la preventiva— y ambos pelean ahora en los juzgados su defensa. Contra ambos ha acumulado la policía judicial, y la fiscalía, indicios suficientes como para sentirse preocupados. Y en el caso de Granados, con la colaboración fructífera de quien fue su socio, el despierto Marjaliza, que hizo fortuna aprovechando que el colega de Valdemoro tenía mano en las adjudicaciones públicas y que desde hace meses colabora con la acusación para poner a Granados contra las cuerdas. A Paco, el fiel Paco al que tanto aprecio tuvo Esperanza Aguirre, le queda por jugar una baza: la de ser él quien busque el favor de los fiscales ayudando a probar una de las vertientes del caso. ¿Cuál? La financiación irregular de las campañas. La caja B. Del Partido Popular madrileño. El dinero de los empresarios que pagaban así los favores de que antes o después eran objeto por la administración autonómica. Es decir, lo mismo que contó Ricardo Costa pero en Madrid, no en Valencia.

Cayó Granados. Cayó Ignacio González. Cayó, políticamente, Esperanza Aguirre. Que abandonó la política —esta vez sí que para siempre— cuando estalló la operación Lezo.

Hoy la incógnita es si lo que cuente ante el juez Granados llevará a éste a citar en el juzgado a la señora Aguirre con abogado. En calidad de investigada. Antes se decía imputada. Hasta el día de hoy ningún juez ha encontrado razones para incluirla a ella entre los posibles responsables penales de las tramas de corrupción que crecieron bajo su doble presidencia del gobierno regional y del partido.

Está en manos de los jueces determinar si la responsabilidad que ella admitió, in vigilando (no haberse dado cuenta de lo que pasaba a su lado) se transforma en otro tipo de responsabilidad. No por no darse cuenta de lo que sus ranas hacían, sino por dejar hacer, habiéndose dado.