OPINIÓN

VÍDEO del monólogo de Carlos Alsina en Más de uno 23/07/2018

No traiciono, creo, ninguna confidencia si les cuento qué fue lo primero que dijo Pablo Casado al sentarse en este estudio el día siguiente a anunciar su candidatura a la presidencia del PP.

Ondacero.es

Madrid | 23.07.2018 08:27

Se sentó y nos dijo, con perdón: ¿Qué, le he echado huevos, no?

No les oculto que los aquí presentes le dijimos que sí, que se los había echado.

Porque había sido el primero en dar el paso.

Porque lo hacía sin nadie que le apadrinara.

Y porque aún no había anunciado Feijoo que él se borraba del concurso.

De hecho, cuando Casado confirmó que él sí competía, esto que dijo se leyó como una crítica a la indefinición del presidente gallego. Hagamos memoria.

No podemos arrastrar los pies. Yo sí quiero presidir el PP.

Es fácil reinterpretar la historia cuando ya se sabe cómo termina, pero quizá fue ese primer día en que dijo ‘yo sí que quiero’ cuando empezó a ganarle la partida a todos los demás. Necesitaba —esto se vio luego— tener más apoyos que Cospedal para sobrevivir a la primera criba y quedarse sólo, cara a cara, con Soraya Sáenz de Santamaría. Porque siendo ella la candidata del marianismo sus opciones de ganar se multiplicaban. El factor movilizador que ha tenido la candidata Santamaría entre los diversos sectores del PP que no la quieren ver ni en pintura ha acabado decantando la carrera en favor del aspirante de 37 años. Este nuevo presidente del PP que nació a la política en Nuevas Generaciones y que tiene más mili como soldado en el partido que como gestor de la cosa pública. En experiencia de gestión está empatado con Rivera, con Iglesias y hasta hace cincuenta días, con Pedro Sánchez.

Casado ganó porque el frente antisorayista resultó más amplio, y más eficaz, que el marianismo desarbolado y dividido. Santamaría encarnaba lo que quedaba del marianismo. Lo que quedaba una vez que Cospedal, la otra cara del barón Ashler, se alineó con el estudiante de raíces aznaristas.

Con permiso de analistas muy reputados que se han empeñado en ver en este colofón demoledor la última batalla de Aznar contra Rajoy, esto no ha sido el PP de Rajoy contra el de Aznar porque con Rajoy habrían ido Cospedal y Feijóo, pero con quien no iban era con Soraya.

Esto ha vuelto a ser lo que los últimos diez años: Santamaría contra Cospedal y Cospedal contra Santamaría. Sólo que ahora el jefe de las dos ya ni mandaba ni influía. Esto segundo fue lo que Rajoy midió mal: una vez que coges la puerta y te largas rápido a Santa Pola, quedas bien con la opinión pública, que celebra lo pronto que te despegas del cargo, pero quedas regular con tu partido, cuyos dirigentes asumen de inmediato que lo que tú digas carece ya de relevancia. Que tú prefieres a Soraya, pues muy bien. Y qué más da a quien prefieras tú, si has perdido el poder traicionado por el PNV después de haberte abierto en canal a sus demandas.

Lo que terminó este fin de semana, diez años después de haber empezado, es la guerra Soraya-Cospedal. Ya sin árbitro en el trono y con un invitado de última hora que tuvo la audacia de colarse entre las trincheras y agarrar, caída la generala, su bandera. Más la bandera de las esencias conservadoras, más la bandera de la historia del partido, más la bandera de las caras nuevas, más todas las banderas que la candidata marianista fue dejando pasar por un exceso de confianza en sí misma y en un poder, el suyo, que siempre fue delegado. Renunció a las banderas y agarró un abanico cinco minutos antes de que los compromisarios la dejaran sin aire y a merced de un viento nuevo.

No era Rajoy contra Aznar. Era el amotinamiento de más de medio partido contra la favorita del difunto. Y por extensión, contra el difunto. El motín con el que tantas veces amagaron pero que siempre se abortó porque detrás de ella estaba él y él nunca iba a permitir que ella cayera. Al final, cayeron ambos.

Lo dijimos aquí el viernes: la segunda moción de censura era esto. La primera se la ganó Sánchez con el concurso imprescindible del PNV. La segunda se la ganó Casado con el concurso imprescindible de Cospedal. El marianismo haciendo implosión. Con Pablo como katana decapitó Cospedal a la heredera y con la daga le hizo el harakiri a Mariano.

Un final tormentoso y dramático que permite, paradójicamente, al PP recuperar oxígeno y pensar en su posible remontada. La reacción de los adversarios políticos y mediáticos hace pensar que la coronación paulina —o sea, del nuevo apóstol Pablo— va a frenar la hemorragia que venía sufriendo, encuesta tras encuesta, este partido. Hay diarios que a base de denunciar el terrible giro derechista que ha dado el PP por no elegir a Soraya acabarán convirtiendo a Rajoy en un centrista de progreso. El mismo Rajoy al que tacharon de derechista irredento cuando llegó al gobierno. ¿Cómo era aquello de la contra reforma que pusieron en circulación, en perfecta sintonía, El País y Alfredo Pérez Rubalcaba (eran otros tiempos, obviamente, para ambos).

Si el PP ha dado un giro conservador debe de ser porque hasta ahora no lo era, ¿es eso?

Ya ha expresado Echenique, con su rigor científico, que ser demócrata es incompatible no ya con votar, sino con desear que remonte el PP.

¿Qué es un demócrata? Lo que Podemos diga que es. Y ya se ha apuntado Ábalos —ministro de organización del PSOE— al juego de identificar al PP con la dictadura franquista.

Sutilezas de un partido que, aún estando en el gobierno, actúa como si fuese la oposición a su oposición. E incluso a lo que no siempre es su oposición. Porque Ábalos estuvo oportuno este fin de semana tachando a Ciudadanos de partido terriblemente derechista.

Oportuno teniendo en cuenta que hoy visita a Pedro Sánchez en la Moncloa la presidenta autonómica que le debe su trono a Ciudadanos. Es decir, a la derecha naranja. Se llama Susana Díaz y, a día de hoy, sigue siendo socialista.

Hoy viaja Díaz a Madrid. Va ella a ver a Sánchez, no va Sánchez a verla a ella. El viernes es verdad que viajó el presidente a Castellón y se vio de manera informal (dijo Moncloa) con el presidente de la Comunidad Valenciana, Puig. Pero es que el viernes había concierto de The Killers en el festival internacional de Benicassim y en Sevilla, sin embargo, hoy no actúa ninguna banda que le agrade al presidente.

Sí, esto lo tiene que aclarar la Moncloa, son los gajes de gobernar.

¿El presidente Sánchez tenía unas reuniones oficiales que atender en Castellón, un viernes de julio por la tarde, y aprovechó el viaje en avión oficial para asistir luego al festival, o el presidente quería ir al festival (en avión) y se inventó, para justificar el gasto, unas reuniones oficiales de trámite?

Tiene que ofrecer una respuesta, sí. No porque se la estén pidiendo el PP y Compromís, que uno es oposición y otro socio del PSOE. O no sólo. Tiene que ofrecer una respuesta porque la separación escrupulosa de la actividad oficial y el ocio personal es una de las exigencias que los dirigentes políticos se han impuesto a sí mismos. La separación escrupulosa y auténtica. No el paripé de camuflar un viaje privado viéndose dos minutos con el amigo Ximo.