OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "¿Bucle maldito en Cataluña? La diferencia es que el 155 ya no es tabú"

Dos años. Sólo han pasado dos años. O nada menos que dos años. En enero de 2016 un ciudadano mayormente desconocido de nombre Carles Puigdemont prometió en el Parlamento de Cataluña romper con España y romper España.

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Madrid |

Monólogo de Alsina: "¿Bucle maldito en Cataluña? La diferencia es que el 155 ya no es tabú"

No es tiempo de cobardes, dijo aquel alcalde convertido en presidente por el dedo divino de Artur Mas y los diez dedos de la CUP.

Antes incluso de que aquel candidato fuera investido, Rajoy había convocado a los medios en la Moncloa para hacer saber que había hablado con Sánchez y Rivera. El PSOE y Ciudadanos.

Los medios titulamos aquella comparecencia de esta manera: Rajoy advierte a Puigdemont que no dejará pasar ni una. Pero dijo otra cosa el presidente: que ofrecía diálogo al nuevo investido.

Puigdemont lo que dijo de Rajoy aquel día es que no le interesaba nada de lo que pudiera decir porque sólo era un presidente en funciones al frente de un gobierno acabado. Confiaba el recién llegado en que fuera Rajoy el que estuviera ya de salida.

Se equivocó la paloma, se equivocaba.

Dos años después, Rajoy sigue en la Moncloa y Puigdemont está en Berlín.

Un tal Joaquim Torra fue investido ayer presidente de la Generalitat por el dedo divino del berlinés y los cuatro deditos de la CUP después de haber prometido que seguirá adelante con el proceso de ruptura: romper con España, romper España.

Y el presidente del gobierno dijo que apostaba por la concordia.

Ayer nadie tituló que Rajoy no vaya a pasarle ni una al recién investido.

Ayer el presidente cerró una reunión para hoy con Pedro Sánchez y otra para el jueves con Albert Rivera.

Y ayer a quien envió un recado fue al líder naranja. Para que se sosiege.

Dos años después, las frases de entonces vuelven a escucharse esta mañana. Y es natural que usted se pregunte esta mañana —yo también lo hago— ¿esto cuándo se acaba?

Es natural que se pregunte usted si no nos hemos metido en un bucle maldito del que ya no vamos a salir nunca. La pesadilla de estar todo el tiempo contando las mismas cosas. Del borde del abismo a la casilla de salida.

Investido el desconocido presidente Torra, avatar de Puigdemont, las afirmaciones que escuchamos son las mismas aunque las circunstancias, pareciendo las mismas, sean bastante distintas.

- Es verdad, fíjense, que la ruptura, el enfrentamiento, la desobediencia vuelve a ser el programa de gobierno con el que el nuevo presidente ha obtenido la confianza de la mayoría independentista de la cámara.

- Es verdad que Rajoy, Sánchez y Rivera van a hacer visible la garantía de que gobierne quien gobierne España no tragará con la exigencia de trocear la soberanía.

Pero la diferencia es que entre entonces y hoy se aplicó por primera vez en España el artículo 155. Que hoy nos resulta familiar y casi burocrático pero que hace dos años nuestros dirigentes políticos ni siquiera mencionaban. Era tabú el 155. Era anatema plantearse la intervención de la autonomía. Era impensable destituir a todo un gobierno autonómico.

Hoy ni hay tabú. Ni hay anatema. Ni es impensable ya casi nada.

Tampoco para los independentistas. O sobre todo para los independentistas. Que habiendo profetizado un terremoto social inasumible si alguna vez el sacrosanto autogobierno llegaba a ser intervenido han mareado la perdiz cinco meses hasta constituir un gobierno nuevo que permita el levantamiento del 155. Cinco meses mareando y ayer al diputado Pujol, de Junts per Alemania, le entraron las prisas.

Ahora se ocupará el presidente Torra de crear la impresión de que el 155 ha tenido efectos hasta hoy secretos y que su gobierno se encargará de destapar y denunciar, porque lo último que puede permitir un gobierno independentista es que el autogobierno se haya suspendido y nada grave haya sucedido en la vida corriente de los catalanes.

La diferencia entre entonces y hoy es ésta: al 155 ya lo conocemos todos. No es una especulación. Ha sido un hecho.

Pero esa diferencia puede interpretarse de dos modos:

- Ya saben los independentistas lo que pasa cuando atentan contra los intereses generales del Estado.

- Pero ya saben los independentistas lo que no pasa por mucho que atenten.

Con 155, la proclamación aquella de la República Independiente que convertía Cataluña en un estado ha terminado en la elección de un presidente tan autonómico como todos los anteriores y tan dentro de España.

Pero con 155, gobierno autonómico destituido y presidente y consejeros procesados, el Parlamento catalán ha dado su bendición, de nuevo, a un profeta que promete consumar la ruptura a sabiendas de que para ello ha de reventar primero el marco jurídico establecido. Se lo preguntó Iceta ayer expresamente: ¿va a respetar o no el marco legal? La ausencia de respuesta del investido es, en sí misma, una respuesta.

También le preguntó qué piensa de los españoles y de los catalanes que se sienten españoles.

Y el nuevo presidente eludió contestar. Todo lo que se le escuchó decir ayer, con entusiasmo burocrático, es que catalán es todo el que reside en Cataluña.

El pueblo único. Una de las verdades de la fe indepedentista sobre las que no se permite dudar. Y entonces, ¿qué piensa usted de los españoles? Como le dijo Domenech, cuando uno no quiere contestar una pregunta es que sabe que la respuesta le incapacita.

El presidente catalán que desdeña a los españoles (y por tanto a los catalanes que se sienten, y a mucha honra, españoles) protagonizará hoy la insólita imagen del recién investido que se sube a un avión que se lo lleva de Cataluña.

Feliz se va Torra al aeropuerto. Feliz embarcará. Y feliz llegará a Berlín si es que el asiento de al lado no le toca un español que pide que se le hable en español, es decir, una bestia.

En Berlín le espera su creador, Puigdemont el original, para comparecer juntos ante la prensa. Ante la prensa que esté en Alemania, porque a la prensa catalana no debe de considerarla Torra lo bastante catalana como para dar aquí su primera rueda de prensa. Tanto amor por la tierra y te vas a otro país a responder preguntas. La primera, teniendo a PuigDeMont y Torra juntos, habrá de ser “¿cuál de ustedes dos es el presidente?” Para que Torra señale al otro con el pulgar —el presidente de verdad es él— y Puigdemont, en un gesto de generosidad impropio en èl —de realismo, incluso, aún más impropio— señale a su vez al otro y admita que el que tiene a partir de ahora poder ejecutivo y firma autorizada es QuimDeMont, el avatar que está por ver si ama tanto la independencia como la suya propia y acaba emancipándose él del alemán aunque Cataluña no se emancipe de España.