Madrid |
El día ha amanecido despejado, caluroso, veraniego en Cabo Cañaveral. La temperatura estimada para esta mañana es de 32 grados. Y gracias a esta panorámica que nos ofrecen los helicópteros de las televisiones estadounidenses vemos que la afluencia de espectadores es abrumadora. Ciudadanos corrientes que quieren ser testigos del lanzamiento. La última estimación que han ofrecido esta mañana las autoridades de Florida eleva a casi un millón de personas el número de personas que han alcanzado la costa en sus coches y sus embarcaciones. Tenemos noticia de que mil policías están desplegados sólo para coordinar el tráfico en las carreteras y en las vías fluviales. Para que se hagan una idea del interés que ha despertado el Apolo 11 sólo en Florida, hay espabilados que están alquilando las cunetas de los caminos a los viajeros que llegan desde el resto del país.
El vicepresidente de Estados Unidos, Spiro Agnew —número dos de Richard Nixon— ha visitado el centro de control hace unos minutos. Tenemos ese documento ya preparado para ofrecérselo.
"Esto es el futuro de nuestro país y los logros llegarán con este programa. Estaremos rezando por ustedes, nosotros nos unimos a ustedes y ustedes a nosotros y juntos haremos este trabajo".
Para los tres astronautas, la jornada comenzó hace ya dos horas, en el momento en que los técnicos les acoplaron los cascos a la anilla del cuello. A partir de ese momento, la tripulación ha dejado de respirar aire exterior. El aire de la Tierra que no volverán a respirar hasta dentro de ocho días, nada menos que ocho días, cuando la cápsula que los traiga de regreso a casa se pose sobre el Océano Pacífico… si todo sale como la NASA tiene previsto. Y esto vamos a tener que subrayarlo, y reiterarlo, esta mañana porque son muchas las cosas que pueden no salir bien. Para empezar, dentro de una hora y cuarenta minutos, cuando está previsto el lanzamiento. Hay centenares de sistemas electrónicos vinculados al cohete, Saturno V, a la nave espacial y al módulo que esa nave lleva consigo, que es el vehículo con el que habrán de realizar la última etapa del viaje de ida: de la órbita lunar a la superficie de la luna.
Desde hace —por tanto— dos horas, estos tres hombres, Armstrong, Aldrin, Collins, sólo escuchan aquello que les llega electrónicamente a través de sus trajes espaciales. A primera hora les hemos visto salir del edificio central de Cabo Kennedy y pasar por delante de la legión de periodistas que cubren el acontecimiento, entre ellos hemos podido ver a los enviados especiales de la prensa española, José María Massip, Jesús Hermida, Raúl del Pozo, Angel Zúñiga.
Los astronautas con sus atuendos blancos, pesados, el mono lleno de bolsillos, los tubos recubiertos que conectan el traje con la maleta de soporte vital que llevan consigo, su andar pausado y mecánico, con la maleta en una mano y con la otra, saludando. Collins, por cierto, llevaba en la mano una bolsa de papel de color marrón cuyo contenido ignoramos. Allí han subido a la furgoneta climatizada que los ha trasladado hasta la plataforma de lanzamiento. Han sido sus últimos trece kilómetros de viaje terrestre antes de subir hasta la última planta de esta plataforma.
Informa Jack King de que Armstrong y Collins acceden en este momento a la Sala Blanca. Enseguida les acompañará allí Buzz Aldrin.
Está sucediendo, hace cincuenta años, y lo vamos a vivir en directo, con ustedes, a lo largo de la mañana.
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