La Cultureta

La maldición de Bela Guttmann y el Benfica

Esta es una noche como cualquier otra para contaros una historia de fútbol y misterio… y hasta de muertos.

Miguel Venegas

Madrid | 02.11.2019 14:30

Bueno, el muerto es Bela Guttman, uno de los más legendarios entrenadores del siglo XX, y un personaje rodeado de sombras.

Misterio es, a día de hoy, cómo huyó de la muerte en la Segunda Guerra Mundial. Bela Guttman era austrohúngaro y judío, y no era un personaje anónimo en el 39, cuando ya entrenaba al campeón de liga en Budapest. Guttman se escondió en algún lugar del país, donde fue descubierto y enviado a un campo de concentración; y escapó, dicen, una semana antes de ser deportado a Auschwitz.

Él nunca quiso hablar de ello. “Me salvé porque dios lo quiso” dijo siempre, y nada más. Guttman viajó a Italia, donde entrenó al Milan, y después a Brasil y a Portugal. En una barbería de Lisboa descubrió a un joven mozambiqueño que lo llevaría a la gloria, y al que acogió como un padre. Se llamaba Eusebio.

Con los goles de Eusebio y la batuta de Guttman, el Benfica ganó dos finales de la Copa de Europa, una al Madrid de Di Stéfano y otra al Barça de Kubala. “Nadie creía que pudiéramos ganar, sólo él” contaron los jugadores. Pero Guttman era un tipo especial. Exigió un aumento de sueldo tras la hazaña y cuando el club se lo negó, dimitió y dejó una advertencia que quedó como una maldición en el club.

“Sin mí el Benfica no ganará una final europea en cien años.” Lo tomaron por loco y lo dejaron marchar. El Benfica era una potencia emergente. Jugó tres finales en cinco años, y las perdió. Guttman murió en 1981 en Viena, donde fue enterrado.

Pero la maldición siguió viva, sobre su tumba. Hasta allí fue el propio Eusebio en 1990’, a rezar y pedir por el fin de la condena. El Milan de Sacchi ganó la final.

Hasta allí peregrinó el equipo al completo en 2013’, a dejar flores, y el Chelsea les birló la copa. Bela Guttman sigue reposando, triunfante, en el cementerio central de Viena, uno de esos camposantos que merecen un paseo, y una ruta mitómana. Mozart, Beethoven, Schubert, Strauss o Brahms son algunos de sus vecinos. Un descanso eterno cultural Gran Reserva.

Si pasan por la capital del imperio austrohúngaro déjense caer por allí, escuchen la música y pónganle una flor al bueno de Guttman, a ver si termina con su maldición. ​