Capítulo 47

Historias del Valle Sin Retorno: Jugárselo a una carta / Put all the eggs in one basket

Después de terminarse el café y apurar con ansias el primer cigarrillo de la mañana, el agente Glover se sienta en la mesa de su despacho y se coloca unos guantes de silicona para manipular el móvil de la chica judía que permanece en coma en un hospital de New Hampshire. Glover se encuentra hoy especialmente triste.

Guillermo Fesser

Madrid | 11.06.2016 00:31

Acaba de conocer la noticia del fallecimiento de su padre y, antes de coger el avión para Alburquerque y reunirse con sus familiares, invoca al alma de su progenitor para que le guie en la misión que se dispone a ejecutar. De conseguirlo con éxito, se propone brindarle a su padre el desciframiento del código; como homenaje póstumo al hombre que puso en marcha el secreto mejor guardado de la inteligencia militar norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial.

Para Glover, uno de los mayores problemas de crecer en Nuevo México es, sin duda, el del aburrimiento. Un estado de ánimo que no combina especialmente bien con la presencia de casinos en las reservas indias. Su madre se hizo adicta al juego y el agente del FBI se pasó media infancia yendo y viniendo con ella a Las Vegas. Hasta que Sialea-lea, Pequeño Pájaro Azul, accedió a someterse a terapia y se disiparon las preocupaciones familiares.

Por las mismas razones, Glover anduvo un tiempo intentando granjearse una carrera en las mesas de póker. Y llegó a ser muy bueno y a desarrollar la habilidad de saber leer la expresión de los rostros de los demás jugadores. Destreza que pronto pesó más que las apuestas y le llevó a estudiar psicología en UNM, University of New Mexico. En su último año de estudios, Glover condujo un taxi tres noches por semana para acercarse a la zona de bares a recoger clientes. Here is the deal: en Alburquerque, a partir de la una de la madrugada, cualquier persona tiene derecho a transporte gratis si la carrera se inicia en un local que venda alcohol y termina en su casa. Lo paga el ayuntamiento. El pasajero sólo tiene que rellenar un formulario y el conductor lo presenta a cobro en la ventanilla municipal. Una medida que no cuenta con un apoyo unánime; pues hay quien piensa que incita a la gente a beber más de la cuenta… and people go from drunk to belligerent.

A Glover el póker le había enseñado a reconocer una mentira. Si alguien se inclinaba hacia el tapete es que estaba sospechosamente interesado en la jugada. Si giraba la cabeza a la izquierda, es que iba de farol. Si charlaba distraídamente con el resto de jugadores y luego, tras mirar sus cartas guardaba silencio, es que le había entrado una buena baza. Y en el taxi ocurría lo mismo. Si en lugar de una dirección exacta, le indicaban el cruce de dos calles… de inmediato Glover sabía que aquél cliente quería ocultarle su destino. Así que se dedicó a observar el comportamiento de sus pasajeros y reflejarlo en su tesis universitaria.

Su padre, Ata´halne, El Que Interrumpe, creció en una reserva de Navajos. En una dehesa plagada de rebaños de ovejas que se llamaba Entre Encinas. Sus abuelos le mandaron a un internado donde le prohibieron hablar su lengua nativa. Los profesores de rostro pálido le lavaban la boca con jabón cada vez que le sorprendían pronunciando algo en su idioma. Luego ocurrió el ataque a Pearl Harbor y, tan sólo unos meses más tarde, un grupo de reclutamiento de la marina se personó en el colegio. Anunciaron que buscaban jóvenes indios que hablaran bien los dos idiomas: inglés y navajo. Iban a desarrollar un código secreto indescifrable para el enemigo. Se llevaron a veintinueve.

Campaña tras campaña en el Pacífico Sur el código cumplió su cometido. Tortuga, chay da gahi, significaba tanque. Besh lo, pez de hierro, submarino. Ne he mah, nuestra madre, era América. Y el lenguaje prohibido se convirtió así en una herramienta decisiva para la victoria de los aliados. El secreto se mantuvo durante 23 años hasta que, en 1968, el Pentágono decidió desclasificarlo. Entonces el padre de Glover se convirtió en una celebridad, lo cual enorgulleció profundamente al agente, pero avergonzó al anciano Ata´halne porque la ley navaja dicta que nadie merece ser tratado como un héroe si lo que ha hecho era simplemente su deber.

Glover se pone serio e invoca al espíritu de su padre para que le ayude a descifrar el código del teléfono de Kingston, con la plegaria que aprendió a rezar en casa. “In beauty I walk, with beauty before me I walk, with beauty behind me I walk, with beauty above me I walk.”

“¿Pero qué demonios haces?” le pregunta sorprendido Chuck Madera que irrumpe en esos momentos en su despacho. “Intentando conseguir una prueba que le ayude al fiscal a incriminar a nuestro sospechoso, ¿te parece poco?” “Trae aquí anda, que tú para la tecnología eres un inútil. ¿O es que ya no te acuerdas de que pegaste el salvapantallas de tu Iphone con superglue? Déjame que yo conozco un método infalible.”

Madera le arrebata el móvil. Maneja con destreza sus dedos por la pantalla y consigue abrirlo. Busca el icono de fotografías. De pronto los músculos de su rostro se tensan. Gira la cabeza hacia la izquierda y exclama: “Ah, mierda, aquí no hay nada.” Pero Glover sabe que miente y que acaba de dar con lo que ambos sospechaban que iban a encontrar en ese aparato.