Capítulo 46

Historias del Valle Sin Retorno: Hasta que la muerte nos separe / Until death do us part

Here is the question: ¿por qué los españoles cuando quieren que te vaya mal sugieren que te folle un pez en lugar de un gorila o un un espécimen más drástico? "¿Qué te folle un pez?" se pregunta para sí Maggie, la nueva cajera del supermercado New Seasons. "¿En serio?" El potencial sexual de estas criaturas acuáticas no es como para impresionar a nadie.

Guillermo Fesser

Madrid | 04.06.2016 00:12

Esto es un hecho que cualquier pescador que se precie conoce a la perfección. Hace apenas dos semanas entraron al río del Valle Sin Retorno los Striped Bass, los stripers, la lubina rayada que vuelve del Atlántico a desovar a su lugar de origen. Maggie tuvo la suerte de encontrarse en una barca en el momento justo para contemplar el milagro. Aunque no alcanzó a verlos, la intuición le hizo saber que cientos de miles de róbalos navegaban bajo su quilla porque, en un instante, cesaron las demás fragancias y todo el universo empezó a oler a pescado.

De pronto, una hembra asomó en la superficie y se quedó flotando de costado. Luego le siguió otra. Y otra, y otra y otra. Hasta que la corriente de agua desapareció bajo un manto infinito de aleteos y escamas. Enseguida afloraron los machos. Puro músculo, del tamaño de un brazo con el puño cerrado, que saltaban al aire con fuerza dejándose caer sobre el vientre de sus hembras. Golpe a golpe, verso a verso, hasta que, fruto de aquellos terribles martillazos, las huevas abandonaron los cuerpos de las féminas y quedaron a la deriva… navegando sin rumbo y con la esperanza de conseguir ser fertilizadas por el semen que los machos habían descargado enérgicamente en cada acometida.

Pocos minutos después, los peces desaparecieron dejando las aguas teñidas de un blanco intenso; como si, río arriba, la central lechera del valle hubiera decidido abrir sus compuertas. “Así de sencilla y de triste. Así de fugaz,” piensa Maggie, “resulta la vida sexual de los peces.”

Pocos minutos antes de que Maggie se plantease esta pregunta, el padre de John Donahue acababa de dar su cuarta vuelta al supermercado y empujaba con diligencia el carrito vacío hacia la caja para poder abandonar el recinto. Lo que empezó siendo un obligado ejercicio de rehabilitación, tras un pequeño accidente casero, había desembocado en una añorada cita mañanera que le permitía al anciano sentirse en forma el resto del día. Durante su paseo cotidiano no pudo evitar repasar en su memoria la última conversación que había mantenido con su nuera. Los dos se querían y se respetaban mutuamente.

Se respetaban mucho. Art Donahue, que es así como se llama el padre de John, decía las cosas claras y a Kathy le encantaba acercarse a pedirle consejo cuando algún problema la alteraba. “Poppy…” le dijo Kathy la última vez, utilizando el apodo cariñoso con que en Norteamérica llaman los nietos a sus abuelos y luego suelen adoptar también los adultos. “Poppy…” le dijo Kathy con lágrimas en los ojos, “…estoy embarazada.” “Eso no es motivo para llorar, hija.”

“El bebé no es de John. He cometido una locura.” Art sacó fuerzas de donde pudo y ahondó en los principios de su religión mormona para preguntarle si todavía quería a John y, como ella le contestara que sí, la sugirió que tuviese el niño y no le mencionara nada a su hijo.” “No puedo” le contestó ella. “Resultaría evidente que no es suyo. El padre es… diferente.” Luego apareció John y la conversación quedó truncada. “Ya hablaremos” le dijo. “Ya hablaremos” repuso ella, pero no volvieron a verse más, y aquél recuerdo le atormentaba. “¿Podría él haber hecho algo para evitar la muerte de su nuera?”

Art se situó como siempre en la fila rápida de menos de 10 productos, the express lane. No lo hacía con intención de agilizar el trámite de salida, sino por saludar a Warren, el simpático cajero con el que había hecho buenas migas. El señor Donahue sabía que la caja rápida, aunque parezca lo contrario, suele hacerte perder más tiempo. Se lo demostró un vecino, el emérito profesor Meyer, en una magnífica sesión de conferencias que tuvo lugar en la biblioteca del pueblo y a la que Art también asistió como ponente. Bueno, de hecho Meyer y él fueron los dos únicos asistentes y cada uno se deleitó escuchando al otro.

Meyer le explicó entonces que un cajero tarda una media de 2,8 segundos en escanear un producto; mientras que, cada persona que pasa por caja, entre saludar, pagar y otras flautas, viene a consumir un minuto. O sea que, en el tiempo de espera en una cola del supermercado, no influye tanto el número de productos que haya en los carros que te preceden, como el número de compradores que tengas delante. O, lo que es lo mismo: que a igualdad de personas en una fila rápida y una normal, la caja rápida… viene a ser casi siempre la más lenta.

Pero hoy Warren no estaba. Su lugar lo ocupaba una joven rolliza, con más tatuajes que piel asomando por su uniforme remangado, quien le informó que Warren se había ausentado por baja médica. “He took sick leave?” preguntó incrédulo el señor Donahue. “Yep” respondió la chica llevándose una mano a la tuerca que le ocupaba media oreja. “¿Y eso?” “El motivo más habitual: tendinitis.” Por lo visto, una lesión común en individuos que se pasan ocho horas haciendo flexiones y giros repetitivos de muñeca en busca del maldito código de barras.

“Tendrás que cuidarte entonces tú también” le recomendó el señor Donahue a la joven sustituta. “Oh, ya no” le respondió ella con una sonrisa desdeñosa. “No way Jose. Eso se terminó. ¿No se ha enterado? Acaban de instalarnos escáneres bióticos. Desde esta semana en New Seasons los productos en lugar de código de barras llevan una marca de agua, invisible a la vista, que está por todo el envase. Mire… Enfoque donde enfoque con la pistola del escáner, me lee el precio. Se lo voy a demostrar con este paquete de chicles… puik! 1 dólar con 50. ¿Ve? La revolución ya está aquí ¿No le parece una maravilla?”

“Vale ya de cháchara, you people” les increpó un caballero harto de esperar leyendo los titulares de la prensa sensacionalista que aguarda la compra por impulso junto a las cajas registradoras. El señor Donahue volvió la mirada hacia el tipo y se encontró con las revistas. En todas ellas, las noticias resultaban bastante predecibles. En la de televisión, la diva Oprah Winfrey perdía peso la mitad del año y la otra mitad lo ganaba. En la de cotilleo, Angelina Jolie y Brad Pitt se separaban un mes y al siguiente volvían a reconciliarse. Y en True Crime, la revista especializada en sucesos, se reflejaban siempre los casos más escabrosos. La de esta semana llevaba en portada las fotos de Kathy Donahue y Guss Sanders.

El padre de John sintió como si alguien le hubiese clavado un puñal en el estómago. Aun así, no pudo esquivar su lectura. Reporter: Stefanie Chambliss. Media Producer: Marie Joe Silvey. Update, Saturday 3:30 pm. Doctor de Harvard arrestado por el asesinato de su colega Katherine Donahue. El juicio empezará en unas semanas.

El individuo volvió a meterle prisa. “¿Se marcha ya o qué?” Art le miró con despreció y le soltó una maldición que le había escuchado pronunciar a House Hulio en alguna reunión familiar y que él mismo, sin entender muy bien por qué, había terminado por adoptar. “I hope you get fucked by a fish!” le dijo y salió de allí malhumorado.

“Did he say ´ I hope you get fucked by a fish ´?” le pregunta perplejo el individuo a la cajera. “Yep, that´s what I heard” le replica la gordinflona volviendo a ajustarse la tuerca en el lóbulo y enchufando el escáner de digimarc al paquete de gusanitos. Piu! “fucked by a fish?” repite perplejo el tipo mientras Maggie, venida al mundo en la calle 177 con Broadway, en el barrio neoyorquino de Washington Heights, que viene a ser lo mismo que decir la República Dominicana del Norte, cae en la cuenta de que aquello es una traducción literal del español... y explota en una carcajada.