HISTORIAS DEL VALLE SIN RETORNO| capítulo 48

Guardarse un as en la manga / Keep an ace up the sleeve

“Okay, what is my best case scenario?” le pregunta sin rodeos el jefe de oncología del hospital de Harvard a su abogado. “En el mejor de los casos, si llegamos a un acuerdo en la audiencia preliminar y evitamos el juicio, probablemente tendríamos que aceptar una condena por denegación de asistencia.” Guss se impacienta...

Guillermo Fesser

Madrid | 17.06.2016 22:00

Gus se impacienta. Se levanta del sillón y empieza a dar paseos por el despacho con un nerviosismo que incrementa sustancialmente su cojera. “El estado de Nueva York, señor Sanders – continúa Amon Katz – no obliga a prestar asistencia a un herido, pero sí a reportar los hechos cuando alguien haya sido testigo del accidente.” “Y si no se hace, ¿qué pasa? Is that a felony?” “¿Un delito grave? No, la denegación de asistencia se considera una falta menor, un misdemeanor” le aclara el letrado. “¿De cuánto tiempo estamos hablando?” insiste el doctor. “De un máximo de 12 meses con posibilidad de evitar la cárcel.” La frente de Guss se relaja. Frena en seco y se deja caer con un resoplido de alivio sobre el sillón que hay frente a la mesa del despacho. “Excepto…” continúa Katz. “Excepto ¿qué?” gira hacia él Sanders dando un respingo. “Except, a fail to report a death could be much more serious.”

“¿Pero cómo voy a reportar la muerte de alguien si ignoro que se está produciendo? Yo dejé a Kathy en su casa aquella mañana, sana y salva, y no supe lo ocurrido hasta que esos dos policías se presentaron a interrogarme en el hospital.” “De acuerdo…” intenta tranquilizarle Katz. “¡De acuerdo leches!” le interrumpe enfadado Sanders con una expresión vulgar que, a pesar de la traducción al español aquí expuesta, en inglés no hace referencia alguna al zumo de vaca: “damn it!” “Además,” insiste cada vez más agitado el cirujano, “lo que le pasó a Kathy fue un accidente. A fricking accident – señala – y no entiendo por qué quieren convertirlo en un crimen y cargarme a mí con el mochuelo.”

Amon Katz intenta hacerle razonar. Da igual si es inocente o culpable, lo que importa es que los federales han montado una historia bastante creíble para un jurado. El doctor Sanders mantenía una relación amorosa con una mujer casada, a la que dejó embarazada. Ella en principio se comprometió a romper su matrimonio para estar con él pero, al final, optó por no tener el hijo y seguir con su marido. Entonces, cegado por los celos, el doctor elaboró un plan para deshacerse de ella. Y lo llevó a cabo con la ayuda de un cómplice, una joven algo siniestra, a la que luego intentó también quitarse de en medio. Un testigo le sitúa en casa de Kathy la mañana de autos. Un informe de la compañía telefónica prueba que esa misma tarde realizó con su celular varias llamadas, dos de ellas a la propia víctima, utilizando una antena cercana al lugar del crimen. El forense testifica el embarazo: seis semanas. Otro testigo le sitúa en Nueva Orleans el día de… Aquí Katz hace una pausa y mira a su cliente fijamente a los ojos: “¿Qué hacía usted exactamente en Nueva Orleans, siguiendo a esas dos chicas, señor Sanders?” Guss baja avergonzado la mirada: “creo que me tendieron una trampa, Amon” responde con la voz entrecortada. “Pues va a tener que explicarme esa teoría inmediatamente. Con pelos y señales. No sé cuántas veces voy a repetirle que, si vamos a juicio, está usted perdido. En este tipo de casos el juez tiende a favorecer siempre al ministerio fiscal. Nuestra única posibilidad es desmontar en los preliminary hearings, paso por paso, la teoría de la policía. Pero para conseguirlo necesito su ayuda. Así que empiece a hablar.”

“¿Me está diciendo que, en el mejor de los casos, estaría dispuesto a pactar una condena por denegación de asistencia aún a sabiendas de que soy inocente?” “Le estoy diciendo que deberíamos de aceptar cualquier cosa con tal de no ir a un juicio en el que van a presentar las pruebas que le he mencionado. Usted cuénteme su historia y, si logro que la policía incurra en contradicciones, quizás consigamos que retiren los cargos.” “Eso es lo que debería ocurrir” afirma Guss recobrando momentáneamente el ánimo. “Eso podría ocurrir, a no ser que la acusación se guarde algún as en la manga que desconocemos.” “¿Y qué prueba podrían tener contra mí? ¡Es absurdo!” protesta Guss. “Para eso vamos a preliminares, señor Sanders. Para averiguarlo. Es el único momento en el que los de la defensa podemos jugar con ventaja.”

“¿Cómo diantres los has conseguido?” pregunta Glover asombrado de la rapidez con que su compañero ha entrado en el móvil de Kingston. El agente Chuck Madera sonríe con picardía: “Siguiendo los consejos de un pavo en internet. Está chupado.” Y a cámara lenta, para que Glover pueda comprobarlo, repite de nuevo los pasos. “Subes con el dedo la pestaña como si quisieras activar la linterna. Aprietas en el icono del cronómetro. Mantienes apretado el botón de encendido hasta que aparece la opción CANCELAR en pantalla. Haces doble clic como cuando quieres volver a la pantalla anterior pero manteniendo pulsado el botón durante el segundo clic y, con la otra mano, aprietas en CANCELAR. Ya está. Bingo!” exclama entusiasmado Madera. “Estamos dentro sin necesidad de utilizar la contraseña.” “Bingo!” replica sorprendido Glover, y ambos agentes se inclinan sobre el Iphone para volver a visionar por quinta vez el video. 2 minutos 38 segundos en los que Kathy Donahue, herida de muerte, habla directamente a cámara.

“Todo son malas noticias” se queja Sanders desesperado. “Todo no” le corrige el abogado. “He conseguido que los preliminares sean el viernes por la tarde.” “¿Y qué?” se encoge de hombros el doctor. “Pues que los viernes el juez tiene las tardes libre y querrá terminar pronto para jugar al golf. Las posibilidades de que lleguemos a un acuerdo son mucho más elevadas cuando el magistrado tiene prisa y la cabeza en un campo de yerba”.