En 1892, en Necochea (Argentina), el comisario Juan Vucetich resolvió por primera vez un crimen utilizando una huella dactilar, identificando a Francisca Rojas como autora del asesinato de sus dos hijos. Este hito marcó el inicio del uso de las huellas como prueba forense. En 1896, Vucetich patentó su sistema dactiloscópico, aún vigente hoy. Desde entonces, el 1 de septiembre se celebra el Día Mundial de la Dactiloscopía.
Una marca personal, irrepetible y para toda la vida
Para entender cómo una marca en un dedo puede encerrar tanta información, hablamos con Antonio Cela, criminólogo y miembro del Cuerpo Nacional de Policía, experto en lofoscopia, que es, por cierto, la ciencia que estudia las crestas papilares de la piel.
"Las crestas papilares están en la cara interna de las manos y en la planta de los pies. Son elevaciones lineales que forman un dibujo único en cada persona", explica Cela. "Ni los gemelos tienen huellas iguales. Son inmutables desde que se forman, allá por el quinto mes de vida intrauterina, hasta después de la muerte".
La huella dactilar puede persistir incluso en cadáveres en mal estado gracias a técnicas forenses que permiten regenerar o imprimir esas marcas. "Es una joya a efectos de identificación, tanto criminal como humanitaria", añade. Cela también ha señalado que estas marcas no se pueden modificar ni borrar, "a lo largo de la historia hay casos de personas que se ha sometido a cirugías muy traumáticas para borrarlas. A pesar de los intentos, las huellas volvían a regenerarse".

Y no es solo cosa de los dedos. "A los recién nacidos, por ejemplo, se les toma la huella plantar del pie. Y esas marcas también son únicas e inalterables", apunta.
Hoy en día, las huellas se almacenan en bases de datos, se usan en documentos de identidad, en teléfonos móviles, en cajeros automáticos. Pero sigue siendo en los laboratorios forenses donde cada huella se convierte en testimonio silencioso. "El reto no es sólo ver la huella, sino hacerla hablar", concluye Antonio Cela.
El laboratorio donde las huellas hablan
David Domínguez dirige el área de lofoscopia del departamento de identificación del Servicio de Criminalística de la Guardia Civil, donde llegan los indicios: objetos de una escena del crimen, cuerpos sin identificar, restos de pertenencias. Y comienza un proceso casi artesanal. "Primero se documenta el objeto, luego se inspecciona con luz forense para detectar huellas latentes, y según el tipo de superficie aplicamos técnicas físicas, químicas u ópticas", nos cuenta David.
Las técnicas van desde los clásicos polvos negros que vemos en películas hasta métodos sofisticados con luz ultravioleta o infrarroja. Incluso el cianocrilato, un compuesto que reacciona con los residuos de sudor, permite revelar marcas invisibles al ojo humano. Si el cuerpo está en mal estado, los forenses pueden "revivir" el dedo aplicando soluciones especiales que devuelven elasticidad a la piel.

Por último, Cela ha querido destacar la importancia del proyecto 'Buda', que surgió tras la catástrofe de la Dana en Valencia, para crear una gran base de datos que permita una identificación más sencilla de desaparecidos en grandes catástrofes .