En nada habrá más sombrillas que atascos y más gente con chanclas que tuppers de oficina, pero los futboleros no descansan y ya han de irse perfilando los aspectos iniciales del nuevo curso. Se empieza por las equipaciones, por el tuneo que se le pega a las camisetas para poderle arrancar otros ciento y pico euros al hincha tras las vacas.
Ríete tú de las editoriales cuando cambian el libro de texto de historia para seguir contando que ganamos Lepanto, pero nos dieron para el flequillo en Trafalgar. Prenda que a veces adquieres aunque no le pilles el gustillo al paladar de la firma que diseña. Puede ser la única cosa que se compra el ser humano aunque le parezca horrorosa.
Pero lo de la zamarra de la nueva temporada se queda corto ante el gran dilema que se presenta en el seno familiar antes de romper el cerdito de la hucha: pensión completa en el hotel costero… o renovar los abonos de una tacada. Hay debates al respecto que dejan las sesiones de control de los miércoles a la altura de un congreso de teletubbies.
Con sus particularidades geográficas, tenemos que afirmar que el fútbol profesional en España es caro para como se mueve la economía doméstica. Viene siendo inflacionario desde tiempos ha, pero nadie grita, resignación por el escudo. Contundentes los abonos anuales y no te cuento las entradas si te sales de la rueda de cada jornada para ir a ver a los tuyos en partidos concretos. Pero como ocurre con la obra nueva… ¡se vende! ¡se sacan y se renuevan! Se prefiere restringir la birra diaria en el chiringuito que quedarse sin los carnets.
Todo sea por el mejor fichaje, todo sea por ese pelotero que nos dará la gloria, todo sea por ese representante que mete su 10% y cuya sonrisa mastodóntica no sale en la foto de la firma donde sí se puede ver al presi de turno pensando para sus adentro "¿me estarán metiendo un gol… otra vez?" Ley de vida, ley de fútbol… en verano.
