Amanezco preguntón, aviso. ¿Qué es la normalidad? ¿Cómo se regla? No sé si ayudaría que el tenístico papa León XIV aceptara la invitación del Masters 1000 de Roma y se acercara al Foro Itálico a disfrutar de su otra pasión. O quizá lo normal sea verlo ya solo consagrado a la misión pastoral encomendada desposeído de todo placer humano.
En el Clásico lo que más se daba eran choques de cierta contención, de cierto equilibrio, con altas dosis de mesura para dar y tapar en perfecta armonía. Pues no. Locura, vértigo y costuras al aire. De un Barça enfermo de ambición ofensiva que nunca sacia (aunque se le vean todo el rato las pantorrillas) y un Madrid que agota ciclo pero que siempre sabe morir con dignidad y con un Mbappé que puede sentirse Robinson Crusoe vestido de blanco.
¿Y qué decir de que un chico de 17 años que no puede conducir… Sea el que lleve a su equipo en la espalda con una maestría impropia de su DNI?
No sé si es normal que a los árbitros se les insulte con regularidad y que, de padres a hijos, se transmita esa costumbre. Azuzados por esta cantinela, los colegiados españoles piensan en sindicarse, en asociarse, en darse una cobertura organizativa para que otros de vestimenta negra les ayuden: los jueces. Quieren amparo legal. ¡Qué ilusos!
Habitual en las motos es ver a los Márquez dominar, pero la lluvia ayer les trastocó los planes y vimos a un francés como Zarco reinar ante sus paisanos. Sus padres llevaban 17 años sin ir a verle correr. Ayer fueron. Qué de lágrimas alegres.
Y termino. El Sevilla está regulera y algunos (que dicen sentirse sevillistas) están mucho peor: el sábado, tras caer en Vigo, los jugadores durmieron acuartelados en su residencia junto con los jefes por miedo a posibles disturbios. Esto sí que nunca puede ser… lo normal.