El mundo ha cambiado de base. Dos políticos se han unido para repartirse Ucrania. El uno es Trump, que tiene la melena pajiza, con empaque de Atila. Se hizo famoso en la telebasura. Fue acusado por los jueces de 34 delitos. La primera vez que fue presidente contó 30.000 mentiras, asaltó el Capitolio y la segunda vez en la Casa Blanca amenaza a Europa con poner un océano por medio.
El otro es Putin, un dictador que quiere se Catalina la Grande, al que opositores rusos le acusan de ladrón, asesino y usurpador. Durante 24 años al frente del Kremlin ha envenenado a varios oponentes, con polonio en una taza de té. Bombardea donde le da la gana y cree que el general invierno es invencible como lo fue antes con Napoleón y contra Hitler.
Trump no quiere parecerse a Putin, quiere ser Putin y no le llama dictador como llama a Zelensky. Los dos emperadores tienen el ratón nuclear y Putin ha amenazado con apretarlo si la OTAN ataca a Rusia. Trump dijo de sí mismo: “Podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y la gente seguiría votándome”. Pero ha ocurrido algo insólito y misterioso:
En Washington donde estaba invitado Abascal ha apoyado a Trump, ha culpado de la guerra los políticos europeos y ha acusado al presidente del Gobierno español de financiar la Guerra diciendo que las bombas que lanza Rusia las paga Pedro Sánchez comprando el doble de gas que compraba antes de la guerra.
Europa no pinta ya en esta tragedia de tres años que ha costado más de 100.000 muertos. Con la invasión rusa también se ha perdido 10.000 hectáreas de viñas y han saqueado muchas bodegas. Su vino de 2800 años de historia y lo prefieren al vodka de patata. ¡Viva el vino!